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21.07.2016 Críticas  
¿Es un crimen si no es real?

En un futuro distópico más o menos cercano, los ciudadanos pueden conectarse a una realidad virtual en la que pueden construir sus propios reinos con sus propias reglas: el Inframundo.

Desde la universidad a los negocios o el ocio se realizan a través de ese entorno virtual, pero también se han convertido en el lugar en el que dar rienda suelta a las más bajas pasiones y perversiones, sin miedo a unas consecuencias reales. Y pese a ello, una detective investiga un crimen que puede haberse originado en lo virtual, con consecuencias muy reales.

Bienvenidos a L’INFRAMON, espectáculo que ha presentado el Teatre Lliure durante el Festival Grec 2016 y que volverá a programarse este otoño durante su temporada regular. THE NETHER, como se titulaba originalmente, fue escrita por Jennifer Haley y estrenada en Los Angeles en 2013 antes de convertirse en una de las últimas revelaciones del Off-Broadway. Esta versión catalana cuenta con traducción de Neus Bonilla y dirección de Juan Carlos Martel Bayod.

Tres de los intérpretes que nos trajeron el año pasado “Marits i mullers” (Andreu Benito, Mar Ulldemolins y Joan Carreras) vuelven a coincidir en este montaje muy distinto, pero que como aquel pone en cuestión las relaciones humanas, las mentiras que nos contamos y lo que nos permitimos transgredir para conquistar nuestra libertad. El contexto, sin embargo, es muy distinto: L’INFRAMON cuenta con una base de ciencia ficción y thriller de investigación muy sólida, que le permite abordar cuestiones filosóficas de profundo calado. ¿Cuáles son los límites de la libertad, qué valor tiene la moralidad dentro de la imaginación, hasta qué punto nuestros sentidos refinen la realidad?

No en vano, al conversar sobre el espectáculo cometimos el desliz freudiano de decir que sería lo que Henry Miller hubiera escrito de conocer los mundos virtuales de Second Life o el mismísimo Twitter: desliz freudiano porque un servidor se refería realmente a Arthur Miller, con cuyo “Panorama desde el puente” tiene esta obra algunos puntos en común (empezando por la tragedia latente cuando la búsqueda de la libertad se enfrenta a la inocencia deseable pero prohibida). Y sin embargo, feliz desliz freudiano, porque con Henry Miller tiene también L’INFRAMON fuertes lazos: como él también habla de alguien que lucha por esa libertad sin límites, sensual y egoísta, esa concepción satánica de la libertad en la que hay que olvidarse de las consecuencias, vivir sin consecuencias.

Los otros dos protagonistas de la obra son el torturado científico que interpreta Victor Pi y probablemente el hallazgo de la temporada, la pequeña Iris, un difícil papel infantil en el que se alternan Gala Marqués y Carla Schilt: la obra pide de ellas candor, precisión y enfrentarse a algunos (pocos) pasajes duros, y bajo la tutela del director Martel Bayod lo consiguen de manera tan perfecta como cualquiera de sus compañeros adultos.

Las escenas entre Ulldemolins y Benito también están muy bien planteadas, aunque se reducen a una aséptica habitación con dos sillas. El suyo es un duelo entre el gato y el ratón en el que el papel del felino va rotando, y que a medida que avanza la obra y la investigación del misterio nos descubre los interiores más profundos de sus personajes, sus ansias y las consecuencias que, en efecto, el mundo virtual ha tenido: ya que no sobre la realidad, sobre ellos mismos.

El aspecto visual de la obra está muy bien conseguido, oscilando entre la asepsia de la oficina de la detective, donde lleva a cabo sus interrogatorios en dos tiempos distintos y el interior del videojuego, más victoriano: en ambos casos, la escenografía y el muy acertado vestuario corren a cargo de Alejandro Andújar. Y a todo ello se suman unas idóneas transiciones digitales y juegos de leds de Joan Rodon (con mapeado digital de ProtoPixel), y la iluminación de David Bofarull.

Quizás en algunos momentos L’INFRAMON es demasiado explícita a la hora de explicitar los temas que quiere tratar, describiéndolos tanto como mostrándolos. En ese sentido, no se puede decir que sea sutil, y deja claros los mensajes que quiere plantear en boca de sus personajes. Y quizás el interior del videojuego podría estar más densamente trabajado para mostrar, más que sugerir, ese lujo embriagador que queda más descrito que realizado. Pero incluso con esos pequeños peros, el montaje es una valiente y eficaz muestra de teatro de género que aprovecha el mismo para ir más allá. L’INFRAMON entretiene tanto como invita a la reflexión. Cuando vuelva, aprovechen para conectarse a él…

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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