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01.12.2023 Críticas  
La posguerra de Almudena Grandes

Locura y libertad, vencedores y vencidos, realidad y ficción de la España de posguerra se dan la mano en la adaptación del Centro Dramático Nacional de la novela La madre de Frankenstein de Almudena Grandes. Tras su fulgurante estreno en el María Guerrero de Madrid, la obra que dirige Carme Portaceli puede verse ahora en Barcelona, en el Teatre Nacional de Catalunya.

Con la excepción de algunos flashbacks en el Madrid republicano y un epílogo en los 70, La madre de Frankenstein se centra en el Manicomio de Mujeres de Ciempozuelos durante los años 50 del siglo XX, y en las vida de quienes allí trabajaban, mandaban o eran tratadas. El protagonista, Germán Velázquez (un magnífico Pablo Derqui), es atraido desde su exilio profesional en Suiza por la posibilidad de tratar a una paciente que le ha fascinado desde joven, la singular Doña Aurora Rodríguez Carballeira (Blanca Portillo), una megalómana eugenésica que mató a su propia hija, y de desarrollar en España los avanzados tratamientos farmacológicos que tan buenos resultados han estado dando en el extranjero contra la esquizofrenia. Pero España, que no es como las demás, le va a recibir con complejos, misas y poderes en la sombra tremendamente reacios a que alguien altere el dominio que han establecido sobre las personas y sus vidas.

En el vértice entre Germán y Aurora se encuentra la tercera voz narradora, la de María Castejón (Macarena Sanz), una auxiliar de enfermería que esconde en sus silencios esquivos un pasado lleno de dolor que refleja también la España de los señoritos y el apocalíptico resultado de la Guerra Civil. Alrededor de este triángulo de personajes orbitan compañeros de trabajo, adversarios científicos, políticos y sociales y relaciones diversas que ofrecen un mosaico de resistencias, opresiones e injusticias en un país donde la libertad ha sido derrotada y donde el control de las élites religiosas y militares se impone como quiere. De entre el elenco, que se transmuta en diversos personajes, quiero destacar a dos: José Troncoso, implacable cura y progresista padre del protagonista, y Gabriela Flores, carismática como viuda comunista y como madre superiora preocupada por la salud de las internas.

Portaceli y la adaptadora de la novela, Anna Maria Ricart, respetan al máximo el texto de Almudena Grandes, consiguiendo una obra que sigue siendo muy literaria sin perder la esencia dramática de la pieza. Eso conlleva algunos precios, como una duración quizás excesiva (entorno a las cuatro horas) que realmente solo se hace notar en el segundo acto de la función, donde hay menos elementos impulsores y nos queda ver como finalizan todos los hilos argumentales que se han ido presentando. Sin embargo, la extraordinaria interpretación de Blanca Portillo de su personaje, tan apetitoso y singular que sería uno de los grandes villanos de la ficción española si no hubiera existido de verdad, y el drama personal que arrastran Derqui y Sanz nos mantienen al borde del asiento, incluso si ya intuimos cómo va a acabar todo. Pero no se trata solo de conocer la letra: aquí se trata de mostrar lo que se ocultaba.

Un trabajo monumental a nivel de dirección e interpretación, y un aplauso rotundo para el equipo técnico (la iluminación de David Picazo, los audiovisuales de Miquel Àngel Raio) que nos hacen ver hologramas en la escenografía de Paco Azorín y Alessandro Arcangeli.

La madre de Frankenstein nos traslada a la oscura España que aún no vislumbraba ningún tipo de aperturismo y mucho menos una Transición. Pero lo hace mediante la bocanada de aire fresco que representa el personaje de Germán, avanzado, español extranjero, alguien que no es parte del sistema… pero que, aunque haya sido llamado para servir a su país, se dará de bruces contra ese mismo sistema, que no quiere que nadie ajeno intervenga, y que, lleno de suspicacias y paranoia, no soporta que ningún intelectualillo le doblegue. Porque Doña Aurora es aquella España filicida, moralista y con complejo mesiánico que nos mantuvo cuarenta años entre tinieblas.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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