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17.09.2021 Críticas  
Dispensa para decidir mi camino

El bar que se tragó a todos los españoles vuelve al Teatro Valle-Inclán (Madrid) del Centro Dramático Nacional para hacer que los espectadores sientan, disfruten y empaticen con esta historia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol soberbiamente liderada por Francesco Carril.

Nunca fue fácil ser cura en este país. En este momento porque el laicismo hace que pongamos en duda la llamada desde el más allá de a quien suponemos tan humano, mundano y débil como nosotros mismos. Y tiempo atrás porque la Historia nos dice que muchos llegaron al sacerdocio como manera de sobrevivir y de subsistir, de hacerse un sitio en un mundo harto complicado para quien no contara con los recursos y los contactos adecuados. Jorge Arizmendi estuvo entre los segundos. Y el relato de su vida desde el momento en que nos abre su cuarta pared resulta entrañable y valiente por su motor y fundamento. El grito, la necesidad y el objetivo de ser él mismo, de vivir conforme a sus impulsos y principios, de ser dueño de su futuro.

Alfredo Sanzol cuenta que su texto está basado e inspirado en su padre. Hay verdad y ficción en lo que nos expone. Drama, comedia, costumbrismo y delirio hilarante. Del pequeño pueblo navarro de San Martín de Unx a Roma pasando por Texas, San Francisco y Madrid. Su crisis de fe lleva a este párroco de la edad de Cristo a mudarse a finales de los años 60 a EE.UU. para ganarse la vida como comercial. Nada como salir de sus coordenadas provincianas para sacudirse el ensimismamiento virginal, espabilar sus habilidades y despertar unas capacidades hasta entonces dopadas por el nacionalcatolicismo. Argumentario con el que el director del Centro Dramático Nacional podría haber escrito una función trágica y política, dolida y tenebrista. Sin embargo, y sin afectar a su credibilidad -y sin dejarse embaucar por el almíbar de la nostalgia revisionista- , ha optado por hacerlo con una sonrisa, dando así con las coordenadas en las que se mete al público en el bolsillo.

Tres horas de duración con un breve interludio que separa una primera parte ambientada en suelo norteamericano y una segunda entre el casticismo y los despachos vaticanos para obtener la dispensa papal que le permita a Jorge conjugar el ser fiel a sí mismo, leal a los demás y practicar el amor conyugal. Un inicio más localista y amable, enfocado en identificar a los personajes, en darnos a conocer el entorno en el que se mueven, las claves que les permiten hacerlo y los retos que tienen que solventar. Una sucesión de escenas a la manera de una road movie resuelta correctamente por la dirección de Alfredo Sanzol gracias a la excelente intepretación de Francesco Carril -nada sorprendente para quien ya le viera en Los días felices, Doña Rosita, la anotada o El tratamiento– y al soberbio diseño de escenografía modular y múltiple vestuario firmados por Alejandro Andújar.

Un planteamiento narrativo que tras una llamada de teléfono da, afortunadamente, un vuelco total para tornar en una fiesta de emociones, de ritmo escénico y de despliegue interpretativo y técnico que hace crecer tanto el ánimo del argumento como la experiencia de su escenificación desde el patio de butacas. Si Francesco Carril había estado grande, ahora está superlativo. Calificativos aplicables perfectamente al resto de sus compañeros, con una complementaria Natalia Huarte y una multiplicidad de secundarios encarnados brillantemente por Elena González (tan italiana como Anna Magnani), David Lorente (su padre Txistorrio es desternillante), Albert Ribalta (nadie luce el alzacuellos de manera tan chusca), Jimmy Roca, Camila Viyuela, así como por Nuria Mencía y Jesús Noguero, excepcionales en todos sus registros.

Coralidad que pone de relieve el buen hacer de Chema Noci, Amaya Galeote y Pedro Yagüe, encargados de la caracterización, el movimiento escénico y la iluminación. En definitiva, un trabajo en equipo el que da forma a El bar que se tragó a todos los españoles con el que Sanzol resuelve muy notablemente su compromiso de seguir siendo dramaturgo y estar al frente de un montaje escénico mientras ejerce como director de una de las principales instituciones públicas de nuestro país dedicadas al teatro.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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