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13.07.2020 Críticas  
Un busto parlante

La sala Francisco de Nieva del Teatro Valle-Inclán, que suele acoger siempre gratas sorpresas de la cartelera, nos presenta al tándem argentino definitivo: Pablo Messiez y Fernanda Orazi, con Los días felices de Samuel Beckett, un monólogo involuntario a la “vieja usanza”.

Un mundo en guerra, o una casa en ruinas, o una ciudad apocalíptica como la actual asolada por un virus sin freno. Winnie (Fernanda Orazi) emerge de entre los cascotes y los materiales de derribo de un hogar, o de su propia vida, visible y triunfante sobre un marido que habita en un agujero, Willie (Francesco Carril) a sus espaldas. Será un día feliz si este decide dirigirle la palabra, y es un día feliz en cada representación porque los parlamentos lanzados al aire por esta mujer vestida de gala, entre los escombros, no llegan a perderse en el infinito, y el público los recibe fascinado por el poderío de la Orazi en escena.

Los días felices es un texto difícil, dirigido y adaptado por Pablo Messiez, en el que tanto él como los intérpretes están atrapados como Winnie, por unas directrices impuestas de origen en el texto de Samuel Beckett. Pablo Messiez podría haber optado por saltarse todas estas pausas, silencios y entonaciones, pero obedece sin duda a Beckett, sin por ello dejar de transmitir a la audiencia su sello personal y esa especial conexión que establece con su equipo. En Los días felices se alinean los astros con la fantástica escenografía y vestuario de Elisa Sanz, colaboradora habitual de sus montajes; y con un elenco cómplice como son Francesco Carril y Fernanda Orazi, que vienen de formar pareja en la extraordinaria «Doña Rosita (anotada)» de Pablo Remón.

A Fernanda Orazi la descubrí en «La Realidad» en el Teatro del Barrio, hace muchos años (y creo estar cayendo aquí en una historia que ya he contado… ay, la vejez), y quedé maravillado del registro de esta mujer que se transmuta en todo personaje que deba interpretar. Los días felices es Fernanda Orazi, y sin su carisma, magnetismo, y fantástica dirección de Messiez, este texto sería una experiencia teatral absurda, como el género que lo sostiene. Es fundamental que Winnie nos interese, y que su verborrea descontextualizada nos atrape, en el esfuerzo de encontrar un sentido a su situación, y la Orazi lo consigue, y con nota. La parte menos agradecida la tiene aquí el «invisible» Willie de Francesco Carril, cuya apariciones y gruñidos, mayormente de espaldas al público, solo parecen cobrar forma con esa intervención final en la que una fantástica caracterización le sigue manteniendo en el célebre anonimato.

Hubo deserciones en la sala en mi representación, totalmente absurdas e inexplicables, que solo hacen apelar a un público ignorante y totalmente irrespetuoso en un montaje como este, donde la concentración de la intérprete es crucial, para no romper la mágica unión con el atónito respetable. Los días felices, siendo «mi primer Beckett: Chispas», es una experiencia teatral más que atesoro en mi haber, gracias al genio que idolatro de Pablo Messiez, a la fantástica entrega de Fernanda Orazi, y a un Francesco Carril kamikaze, que se lanza a proyectos cada vez mas dispares, donde su seña de identidad cada vez queda más patente.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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