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17.03.2023 Críticas  
El árbol del conocimiento del bien y del mal

David Selvas dirige en el Teatre Lliure de Barcelona una magnífica versión de Tots eren fills meus de Arthur Miller, tan visualmente sencilla como impactante. Lo consigue a partir de una comprensión profunda del texto y sus tensiones, una dosificación sabia de la intensidad del drama, y un elenco idóneo totalmente entregado a la verdad de sus personajes.

Un literal telón de acero bloquea la vista de los espectadores cuando llegan a sus butacas. Comienza la función, el telón comienza a subir y, acompañados por una guitarra eléctrica que distorsiona el himno nacional de Estados Unidos, «The Star-Spangled Banner», vemos a una Emma Vilarasau emocionada, ¿alegre?, bajo una lluvia de rayos y truenos. En un jardín. Por mucho que el cartel nos haya prevenido, el impacto es mayúsculo. Un verdadero jardín en el centro del Teatre Lliure. Nuestro sentido del olfato, normalmente adormecido en el teatro, se dispara con el aroma a hierba. El momento es fugaz, grandioso, contradictorio, terrible. Como los USA.

Arthur Miller escribió All My Sons en 1946, con la Segunda Guerra Mundial aún muy fresca en la mente de todos y la de Corea todavía en el horizonte. Ni siquiera se había divido aún Alemania en dos. Selvas consigue transmitir muy bien esa imagen inicial de una América complacida y complaciente, victoriosa, de jardines y vecinos, de hombres de negocios que caen y vuelven a levantarse, de pequeñas triquiñuelas simpáticas de tipo emprendedor y afable. Conocemos a Joe Keller (Jordi Bosch), a su esposa Kate (Vilarasau), a su hijo Chris (Eduardo Lloveras) y a sus vecinos Frank Lubey (Francesc Marginet) y el Dr. Bayliss (Eduard Buch), y sus esposas, Lydia (Clara de Ramon) y Sue (Gemma Martínez), enfermera. Descubrimos pronto que Chris tiene un hermano, Larry, al que se dio por desaparecido en el teatro del Pacífico de la guerra, aunque Kate aún no lo ha aceptado. Pero está a punto de llegar Anne Deever (Clàudia Benito), antigua novia de Larry, que quizá sí ha pasado página y de quien Chris está enamorado. Todo esto, con su entramado de cotidianidad, pequeños secretos y pequeñas mentiras, es solo la antesala de lo que va a ocurrir en un día largo, memorable, y cada vez más intenso, de manera inevitable una vez llegue el hermano de Anne, George (Quim Àvila), con noticias preocupantes…

Miller y Selvas se preocupan por que empaticemos con todo el mundo antes de pasar a mostrarnos su cara B… que en algunos casos es oscura, y en otros tremendamente luminosa. George, por ejemplo, con todo el conflicto que arrastra, no llega hasta muy avanzada la obra. Hay que decir que el elenco completo, desde los actores más veteranos a la generación más joven es una delicia: Bosch con una sabiduría escénica que solo dan el talento y la experiencia, dominando como nadie esa dosificación que decíamos al principio a medida que va revelando (y revelándose) sus capas, pero también Vilarasau, con una madre que entiende más de lo que querría, y la pareja de Lloveras y Benito, catalizadores de la tragedia pero sobre todo símbolo de los ideales pisoteados de América, de la oda a la juventud que aún no ha sido pervertida. La compañía no se limita a encarnar unos arquetipos, sino que los hace muy humanos.

Esta producción, en definitiva, aprovecha toda la potencia del clásico de Miller y la convierte en un puñetazo teatral dinámico y de plena actualidad. Aprovechando los símbolos (el árbol caído en el jardín por la tormenta del prólogo es un manzano, que la tradición cristiana considera el del conocimiento del bien y del mal del jardín del Edén) pero confiando sobre todo en lo físico y real.

El himno americano termina diciendo que los hombres libres deben interponerse entre su amado hogar y la desolación de la guerra, y que esa bandera debe ondear «over the land of the free and the home of the brave». Y es a ese «home of the brave» al que interroga el texto. Arthur Miller, en el fondo, está diciéndonos que la guerra saca lo peor y lo mejor de nosotros, y que hace falta valor para defender honestamente la verdad y la justicia sin un fusil en las manos, cuando vuelves a casa, para afrontar los errores y asumir las consecuencias. Literalmente que hace falta, que América necesita ese valor, si es que realmente ha de ser el hogar de los valientes.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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