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23.12.2020 Críticas  
La heroicidad tirada por los suelos

Santiago Rusiñol vuelve a representarse en el Teatre Nacional de Catalunya quien, con L’Hèroe, vuelve a inundar la Sala Gran de sarcasmo político-social, algo de folclore y un final como el de las mejores tragedias. Lurdes Barba recibe el encargo de dar vida de nuevo a esta dramaturgia que tuvo su primer estreno en el 1903 y que fue ampliamente recibida por la platea catalana.

En su época post-parisina Rusiñol, tras el empacho bohemio y limpio de morfina, decide dedicarse más intensamente a pintar jardines y a revolucionar plateas. En L’Hèroe, donde el oficio por excelencia es el de tejedor y el telar es otro protagonista más de la obra, el autor elaboró ante el espectador un sentimiento antimilitarista y anti-bélico que le confirió la aceptación del público de la época. Y aunque es cierto que, a día de hoy, nuestras generaciones ya no reclaman la figura del héroe de guerra sí es cierto que el concepto heroico del obrero que lucha por mantener su negocio superando una crisis tras y al que, al final, en medio de cada vorágine se le exige esa heroicidad sí que apela al público actual.

El dramaturgo, además, recrea la farsa de ese hijo mayor que vuelve de Filipinas tras la pérdida de las colonias de Ultramar y al que todos pretenden ensalzar mientras, interiormente, ese joven se desmorona emocionalmente y al que la guerra ha cambiado a nivel moral. Las autoridades giran la cara mientras siguen reclutando niños para la guerra y mientras que los allegados son los que sufren la realidad. En una línea paralela, Rusiñol también recrea sin ambages la peligrosidad de la aceptación de una masculinidad desequilibrada.

Con esas premisas Lurdes Barba ha creado un «universo Rusiñol» con gran acierto y todo el rigor. Presenta la obra tal cual Rusiñol la escribió y Albert Arribas realiza la nueva dramaturgia para este montaje pero manteniendo lenguaje y conceptos de la época, plasmando así toda la fuerza que el autor expresó.

Nos trasladamos a la Catalunya del 1900, en plena era modernista, donde la pubilla sale a dar la bienvenida al héroe de guerra y las espardeñas del pueblo se reúnen en la Plaça Major a festejar. La armonía que han encontrado Sílvia Delagneau y Max Glaenzel para vestir tanto a actores como a escenario se traduce en un nuevo éxito para ambos aspectos técnicos. No se ha apelado ni a la atemporalidad ni a la contemporaneidad en trajes y vestidos y se han colocado a los personajes en los campos de la Catalunya profunda, entre hierba, tierra y espigas, con solo un par de elementos adicionales: el pabellón donde se nombra al héroe ante el pueblo, que luego será el telar y un caballo, que servirá para recrear la estatua erigida al bienvenido. 

Mucho del triunfo de este L’Hèroe del 2020 se debe al trabajo actoral, donde se evidencia una selección del elenco cuidadosa y esmerada. Caras conocidas del TNC, pero no por ello menos acertadas. Puede que el efecto confinamiento haya jugado un papel importante en la total entrega de todos al verse de nuevo sobre las tablas. Pero no sería justo darle el mérito solo a las ganas cuando la calidad también se justifica con la capacidad, el don y la excelente dirección. 

Manel Barceló, como el padre del héroe (y del sentido común), indudablemente es uno de los platos fuertes de la función. Tanto él como Rosa Renom, la madre, consiguen trasladarnos mentalmente a sus lugares físicos y emocionales: al telar, al dolor de los padres con hijos soldados, al amor a los valores humanos y familiares y la tristeza, la que se va apoderando de ellos a medida que pasa la vida y que finalmente les hará abandonar las cosas que antaño amaran tanto. La interpretación de Javier Beltrán, en el papel del hijo mayor, «nuestro» héroe, es sencillamente magistral. Beltrán nos ofrece un ejercicio teatral brutal al despojarse de su persona y dar completa acogida a su personaje. La transformación de hombre heroico a hombre destrozado y desequilibrado en el interior, además de mostrarnos una realidad que ya conocemos sobre la guerra, deja evidente el excelente trabajo del actor. Albert Prat vuelve a hechizarnos con una interpretación dramática (no sabría decir si lo prefiero cómico o dramático, aunque, ¿por qué tengo que elegir?) donde da vida a Joan, el soldado que regresa enfermo y débil, burlado y apartado por la multitud, que sacará las fuerzas para regalarnos un final de puro teatro junto a Beltrán. Mima Riera como la pubilla Carme, Giorgina Latre como Mercè, la amante, David Marcet en el papel del Clapat y Joan Marmaneu son un punto de apoyo perfecto a los actores principales, con interpretaciones igualmente sobresalientes, de la que destacamos la de este último quien, como el hermano pequeño Andreuet, consigue el contrapunto de ternura e inocencia con el que Rusiñol cubre una de las partes más humanas de la obra y una gran Riera, que es de las que tampoco nunca defrauda sobre las tablas, que encarna a la perfección ese cambio de registro de mujer sometida a mujer luchadora rebosada de hartazgo y dolor. 

En el lado cómico, los que representan al poder, que conforman un patético conjunto del que Rusiñol hizo mofa y befa y que en esta versión encarnan Toni Sevilla, Joan Negrié, Albert Tallet y Miquel Malirach (impresionante número musical en uno de los cambios de acto, donde resalta también el trabajo de iluminación de David Bofarull y la música de Jordi Collet i Jordi Bonet). En teatro, tan importante es saber hacer llorar, como saber hacer reír bien. Sobre todo, teniendo en cuenta que un público en directo sentencia el éxito de cada escena cómica con la intensidad de su reacción. Se puede decir que estos cuatro actores cumplen con su misión de entretener y divertir al público enmascarando ridiculez y farsa con una pátina de patriotismo y fervor. 

Lurdes Barba deja registrado un excelente trabajo en los anales de la historia del TNC, que en su línea de seguir manteniendo vivo el teatro clásico catalán está haciendo una gran labor. Si Rusiñol levantara la cabeza estaría orgulloso de ver que más de 117 años después se respeta su obra de la manera que esta compañía lo ha hecho y desde la platea les dedicaría el merecido aplauso que el público les otorgó.

Crítica realizada por Diana Limones

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