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24.05.2017 Críticas  
Un Txékhov del Siglo XXI

Dice una de las estrofas del tema ‘Under Pressure’ de Queen que entre las cosas que crean presión en esta vida está el pánico a conocer de qué va este mundo. Y que por eso, uno se gira de espaldas a todo, como un ciego, sentado en una valla, pero que eso no funciona.

Quizá por esos versos, ese tema es uno de los que se cantan en directo en el Ivànov que dirige Àlex Rigola para el Teatre Lliure durante este mes de mayo. Eso del ‘pánico a conocer de qué va este mundo’, es algo que sabe bien el Ivànov de Txékhov, a quien la realidad se le planta frente a sus ojos, inamovible, para quedarse instalada en su retina. Solo los que son ciegos de mente no ven esa realidad. Pero Ivànov no padece ese tipo de ceguera. Y eso, al final acarrea ciertas consecuencias.

Siempre han existido y existirán personas como Ivànov. Personas, que a la clarividencia de las realidades que le rodean, se le añaden las exigencias de su propia persona y que por lo tanto no terminan de ser felices con nada de lo que la vida les ofrece.

Y quizá sea por esa razón, que Àlex Rigola haya decidido traer a este personaje, que fue escrito en el año 1887, a nuestro presente. Porque personas con una condición pensadora y sufridora, atormentadas por sus propias acciones, habían en aquella época pero también son perfectamente identificables hoy.

Con un estreno poco afortunado y poca aceptación del público inicialmente, la obra de Txékhov llegó a convertirse en una de las representaciones esenciales del dramaturgo ruso dos años más tarde y ha sido representada por todo el mundo a lo largo de todo el siglo XX. En este 2017, Rigola se atreve con esta pieza de la literatura rusa pero experimentando con las nuevas posibilidades que da el teatro actual.

En esta versión, no solo trae algo del pasado a nuestro presente, sino que ya no existen los personajes propiamente de Txékhov, ya que los actores se llaman por su nombre propio y no por el nombre que aparece en la obra, consiguiendo así una comunión entre actor y personaje que deriva en una fina línea, tan sutil, que no sabes cuando estás viendo al personaje o cuando es el actor. De hecho, durante los minutos previos antes de que empiece propiamente la obra, los actores andan por el escenario como si de un ensayo se tratase, jugueteando entre ellos, mientras Nao Albet, quien además de tener una parte (es el médico) también se ha encargado de la música, nos versiona temas en directo con su guitarra y su voz.

Para que una apuesta tan arriesgada como esta llegue a buen puerto, es necesario tener una buena base de fondo. Estrenar en el Lliure ya es un excelente apoyo. Con el escenario en el centro, se consigue que el espectador acoja la historia y la haga suya. Y si además, bajo las instrucciones del director, los actores rompen en diversas ocasiones la cuarta pared explicándose directamente al público, se crea una atmósfera íntima y propicia para que un desafío así sea un éxito seguro.

El elenco es imprescindible que sea de calidad y que se preste a jugar el juego que Rigola propone. Tener en la lista a Andreu Benito y Pep Cruz, actores con solera en el panorama catalán, que además no tienen problemas para intervenir en proyectos tan diferentes, hace que este Ivànov sume puntos. Y es que, la experiencia es un grado. Pero la cantera catalana más actual también tiene nombres que demuestran una vez más que son elegidos por alguna razón. Sara Espígul, Pau Roca o el propio Albet nos prueban que aunque es verdad que la experiencia es un grado, la interpretación se lleva en las venas y que trabajando duro se puede estar a la altura de los más veteranos.

Pero me reservo un aparte para el protagonista de esta historia. Joan Carreras, como Joan, es Ivànov. Quien ha visto a Carreras en papeles con tendencia a la comicidad, gratamente se sorprenderá al ver como este se crece con un papel profundamente dramático. Y es que, toda la obra gira en torno a su ser, pero a Carreras no le pesa ese personaje, sino que lo transforma en sí mismo y lo eleva al propio cielo teatral. Todos están soberbios (quizá Vicky Luengo en esta función en particular estaba un poquito, solo un poquito, menos fluida que el resto en algún momento, cosa que luego compensó con creces en el desenlace), pero Carreras, al completo, en su fabulosa dicción y su extraordinario lenguaje corporal y facial, nos deja boquiabiertos.

Este es un libreto con un despliegue de asuntos profundos en los que pensar como lo son el papel que juega en nuestra vida la conciencia y la consciencia, qué esperamos del amor o en qué lugar está lo material en este mundo. Y a medida que más profundas y trágicas se ponen las cosas, con más fiesta Rigola lo va celebrando.

Todo un experimento teatral, que consigue que Rigola reinvente a Txékhov y se reinvente a sí mismo. Todo un valiente regalo para los amantes del teatro. Gracias Rigola. Gracias Teatre Lliure, una vez más y todas las veces que haga falta.

Crítica realizada por Diana Limones

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