Les Impuxibles llevan al Teatro Valle-Inclán de Madrid, de la mano del Centro Dramático Nacional, la visión de María Velasco sobre el suicidio y la depresión. Un montaje en el que dramaturgia y narración confluyen con la danza y sus emociones para revelar la complejidad, la ignorancia y el conflicto que tenemos con la salud mental.
Hay ocasiones en que mirar al pasado es más fácil que al presente. Ignoramos o evitamos el hoy y cuando nos queremos dar cuenta nos trasladamos al ayer hasta casi residir en él. Eso le sucede a quienes sobreviven al suicidio de un ser querido o a los que acompañan a quienes sufren depresión, uno de los grandes males silenciosos de nuestro tiempo. Una circunstancia que resulta tener tanto de sistémico como de circunstancia individual. Eso es lo que muestran Antònia Jaume y Pau Vinyals, madre e hijo unidos por la materialidad de un techo y separados por la incomunicación bajo la que conviven. Lo paradójico es que cuando ella pone fin a sus días, él la busca y siente su vínculo más fortalecido que nunca.
Ese es el inicio que plantea María Velasco y a partir del cual Clara y Ariadna Peya han edificado un corpus de presencia y movimiento que recrea, proyecta y transmite cómo puede ser la vivencia y la toma de conciencia de esos maremágnum interiores que experimentan, viven y se apoderan de él, de ella y de los dos a la par. El acierto conceptual, la belleza estética y la precisión narrativa con que lo hacen tiene su clave en los elementos que rodean a esos dos intérpretes y a sus palabras que, decisión correcta, son proyectadas cual subtítulos durante toda la representación.
La pila textil que al inicio de la función se antoja como un plagio de la crítica capitalista de Michelangelo Pistoletto se convierte en un elemento central que, curiosamente, guarda conexión con esa idea. De cuánto innecesario y malgastado nos rodeamos y cubrimos para escondernos tras su inutilidad o ser arrinconados por su exceso. Su posterior uso centrípeto y centrífugo resulta formidable en su manera de expandir y recoger el viaje emocional que supone Harakiri. Medio utilizado por la joya de esta propuesta, la coreografía que ejecutan Sílvia Capell, Haley Diallo, Helena Gispert, Kiko López, Ariadna Peya y Clara Peya.
Un ir y venir, confluir y dispersarse en conjunto e individualmente con la virtud de guiar nuestra intuición y certificar lo que sentimos. Misión exitosa en la que le acompañan los tintes electrónicos de la música original compuesta por Clara Peya. Sensorialidad visual y auditiva compenetrada con la iluminación de Conchita Pons, a la que le van como un guante la paleta de colores del vestuario ideado por Joan Ros y la escenografía de Judit Colomer, diáfana a la par que confluyente en un mástil que da fe de las habilidades escaladoras de algunos miembros del reparto y de lo bien integradas que están en la acción.
Harakiri es activismo y artes escénicas. Una exposición didáctica, cercana y empática, clarificadora y divulgativa. Al tiempo, una experiencia emotiva, sensible y perspicaz. Eficaz en su uso de los elementos que tiene a su alcance y exitosa en su objetivo, concienciar a través de aquellos que somos y que nos define, las emociones que nos motivan a situarnos en el mundo y a tomar decisiones con las que labrar nuestro propio camino en él.
Crítica realizada por Lucas Ferreira