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27.09.2022 Críticas  
A 4.000 kilómetros de aquí

Pascal Rambert estrena su nuevo texto en el madrileño Teatro de la Abadía. Finlandia nos presenta a una pareja, formada por Israel Elejalde e Irene Escolar en una confluencia entre el desgaste y el cansancio, el odio y el hartazgo canalizada a través de la hipérbole, la visceralidad y una locuacidad sin freno.

Finlandia comienza antes de que lo haga la función. Israel ha salvado los más de cuatro mil kilómetros que distancian Madrid de Helsinki para presentarse en el hotel en el que duerme Irene. Su objetivo es totalmente neurótico. Descubrir con quién la engaña a la par que intentar salvar su matrimonio. Destruir para construir o huir de sí mismo para no reconocer que aquello está muerto, que se están matando el uno al otro. Cuando el reloj digital marca las 4:03 horas, la tensión del viaje, la llegada inesperada, lo que eso implica para la inminente jornada de rodaje de ella y el deseo de volverse ya mismo de él, hace que todo estalle. A partir de ahí somos testigos de como una pareja se demuestra que ya no lo son en la prosperidad, en la salud y en todo lo bueno, pero lo siguen siendo en la adversidad, en la enfermedad y en todo lo malo.

El triángulo Rambert, Elejalde y Escolar supone unas expectativas para los que hemos visto cómo han trabajado conjuntamente en el pasado. Tenemos en la memoria la apertura en canal de sentimientos y emociones de La clausura del amor, la búsqueda de los mecanismos que nos mantienen unidos a pesar de querer estar lejos de Hermanas, y la disposición a lo que pueda surgir del momento, de lo imprevisible, como en Ensayo. Hay algo de todo eso en Finlandia, pero esta nueva creación Rambert no va más allá, se queda en coordenadas conocidas, no descubre nuevos terrenos de la psique y la conducta humana.

La impresión es haber visto y escuchado ya lo que se representa sobre el escenario de la sala José Luis Alonso, que las curvas del tobogán por el que son lanzados Israel e Irene estaban trazadas de antemano, no son derivas espontáneas del devenir de su relación y de la eclosión que surge por un momento tan forzado como este. Este punto de partida sí es creíble, mas a partir de ahí la impresión es que el discurso responde a menciones, asuntos y temas que se querían tratar y no al libre discurrir de la total falta de pudor y desvergüenza con que se les presenta. A nivel escénico funciona el mecanismo por el que se les lleva al límite, deja claro la capacidad interpretativa de Elejalde y Escolar, pero provoca que su narración resulte más un ejercicio de forzar la gestualidad, lo corpóreo y lo verbal que el de contarnos una historia en la que vernos o imaginarnos.

La función se sostiene ayudada por el minimalismo y la frialdad de la escenografía y la iluminación (Yves Godin), y porque no estamos habituados a que dos seres que se supone se quieren y se respeten se comporten como combatientes dando la cara abiertamente, en lugar de hacerlo por la espalda o de manera pasiva agresiva como suele ser habitual. Quizás por eso, por la manera expresionista en que se introduce en lo que no somos capaces de adentrarnos, Finlandia ya ha colgado el cartel de no quedan localidades en todas sus funciones en el Teatro de la Abadía.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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