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23.01.2019 Críticas  
Dos hermanas, dos actrices y un texto

El dramaturgo y director francés Pascal Rambert regresa al Teatro Kamikaze con Hermanas, un texto duro y brillante, que ha estrenado casi simultáneamente en Francia y España. Irene Escolar y Bárbara Lennie han sido las elegidas por Rambert para interpretar a dos mujeres que, a pesar de hacer nacido de la misma madre, son incapaces de entenderse y comunicarse.

El escenario, prácticamente vacío, acoge y absorbe los cuerpos de las protagonistas, destinados al combate. Predomina el blanco. Las actrices irrumpen en la sala por la misma puerta por la que han entrado los espectadores y se pasearán entre ellos en varios momentos de la función, repartiendo tensiones y emociones. Irene, la hermana pequeña, llega hasta Bárbara, la hermana mayor, con la intención de discutir aspectos y situaciones familiares del pasado. Bárbara, a punto de dar una conferencia, reparte las sillas de colores por el escenario e intenta echar a su hermana. A partir de este momento, se enfrentan dos maneras de vivir, de pensar, de sentir y de ser, dos seres opuestos con deudas pendientes que zanjar.

Sabemos muy poco sobre ellas; solamente que no se llevan demasiado bien. Entre reproches, logramos adivinar que provienen de una familia de intelectuales, con medios, y que han vivido en otros países acompañando a su padre en sus investigaciones arqueológicas. Las dos hermanas se implican en una lucha corporal y dialéctica. Cuerpos enfrentados, ¿intercambiables?, con un mismo atuendo, camiseta blanca y vaqueros. Solamente llegarán a las manos en una ocasión. El cuerpo robusto, de nadadora, de Bárbara, y el cuerpo débil de Irene.

Es sumamente interesante la reflexión sobre el lenguaje. Para Bárbara, un elemento constitutivo, esencial y definitorio del interlocutor. La hermana mayor describe la influencia del lenguaje que recibe de las enseñanzas de su padre: «si tu lenguaje se amplía, tu mundo se amplía», afirma con contundencia. De hecho, llegará a criticar en repetidas ocasiones a Felipe, la pareja de su hermana, basándose en sus formas y usos del lenguaje. Irene, por su parte, se ha sentido privada del lenguaje y acusa a su hermana de haber recibido un trato especial y preferente: «la oralidad era un velo», dice, poniendo de manifiesto la poca participación en la vida familiar durante su infancia para acabar acusando a su hermana mayor de haberla intentado estrangular en la cuna.

Hacia la mitad del espectáculo, se impone el silencio. Las dos hermanas comparten un momento íntimo, casi cinematográfico; con los cascos puestos, son capaces de bailar y saltar al ritmo de la misma canción. Los halógenos en el techo, tantos como sillas en el suelo, parpadean como pequeños relámpagos mientras la música a todo volumen invade el patio de butacas. Quedamos hipnotizamos ante una escena tan sencilla y tan bella, vemos sus sombras y su pelo al viento. Como ellas mismas admitirán después, casi han logrado hablar en el silencio. Acto seguido, el tiempo que dura la breve tregua, Irene narra sus primeras experiencias sexuales durante su estancia en el extranjero y empatiza con su hermana. Según ella, una de las cosas que compartía con su hermana era el gusto por los hombres árabes.

El cuerpo vuelve a cruzarse en escena. En este caso, la fuerte presencia de los órganos genitales. Las hermanas recalan en la vagina, en la madre como dadora de vida, como punto de partida. «¡No hables de mamá!», repetirá Irene inútilmente. Paradójicamente, será ella quien tenga la última palabra sobre la muerte de su madre, tratando de imaginar y reproducir los pensamientos suicidas y la sensación de asfixia en el momento culminante de la enfermedad mental. La vida y la muerte, la luz y la oscuridad penden de un hilo. Por otro lado, para Bárbara, el cuerpo es inmundicia, la suciedad y la enfermedad, el cuerpo está roto y corrompido por el sistema. La hermana mayor justifica su profesión y misión solidaria y su actitud política en lo que termina por convertirse en un llamamiento al espíritu solidario, en un discurso contra la guerra, la injusticia y el sufrimiento de nuestros semejantes ante la mirada escéptica de su hermana pequeña.

Hermanas es una obra cautivadora y entretenida, un texto que juega con las vísceras y la lógica, que, en su dificultad y profundidad, mantiene la atención del espectador de principio a fin. Rambert es capaz de explorar, desgranar y condensar el universo femenino y familiar, la dificultad para la comunicación y el binomio individuo-sociedad a través de la relación entre dos hermanas, oscilando entre el cuerpo y la palabra, en un estricto presente. La labor de Escolar y Lennie es intachable y admirable; sin duda, eran las indicadas. Ambas se lucen en este combate interpretativo, de igual a igual, demostrando su fuerza y calidad artística.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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