El Teatre Lliure estrena La malaltia, docudrama escénico a partir de El mal de la joventut de Ferdinand Bruckner. Una idea de Juan Carlos Martel Bayod que quiere acercarse al desencanto y disidencia vital de los jóvenes de hoy en día a partir de una recargada y multidisciplinar simultaneidad escénica. Una propuesta teórica interesante y un resultado revuelto y desconcertante.
De la pieza original recordamos el montaje dirigido por Andrés Lima en el Teatro de la Abadía de Madrid (2010-2011) y, previamente, la propuesta de Les Antonietes que pudimos ver en Fira Tàrrega, antes de realizar temporada en la tristemente desaparecida Sala Muntaner (2009-10). De un modo más o menos simultáneo nuestros vecinos británicos disfrutaban de la aproximación que Katie Mitchell realizó de la versión de Martin Crimp a partir del manuscrito de Bruckner.
La puesta en escena que nos ocupa podría conectarse de algún modo con esta última, por su vocación de actualización y careo con la realidad que nos espera de puertas hacia fuera del teatro. Se sortea el peligro de inclinar la pieza hacia el extremismo expresionista y se vehicula el artefacto escénico hacia la actualidad en forma de cápsulas individuales. Realidad fragmentada y exposición listada de los porqués y razón de ser de la propuesta. Se buscará mostrar el desencanto vital y la no-posibilidad de otro sistema que no sea el capitalismo. ¿Qué opción queda para el nihilismo? ¿Cómo se canaliza todo esto a través de las inquietudes artísticas y qué significa ser joven también dentro de esta pregunta? Suicidio, fascismo, prostitución (sería interesante desarrollar algo más este punto en sus múltiples y simbólicas variantes más allá de la definición estricta y física)… Datos que reflexionan también sobre la puesta en escena, que incluye puntos de fuga hacia el cine de Kiarostami, por ejemplo, o la revolución juvenil que pudo suponer la irrupción de The Beatles en su momento. Datos, de nuevo, y cifras, (aplaudimos la mención a Jordi Mesalles) que de algún modo quedan reducidos por el peso del texto de Bruckner, dosificado por corte.
De cara al resultado final, estos dos itinerarios trazados durante el espectáculo provocan antes un desencuentro que un cruce de caminos, algo que impide profundizar en los personajes o en tan suculenta y delicada temática, relegando el global a un conjunto de escenas superpuestas. A este respecto, hay que destacar la labor de recopilación y exposición de datos (realmente ahí tenemos la sensación de estar asistiendo a un docudrama) antes que la dramatúrgica. La persuasión será más efectiva a través de lo explicativo que de lo escenificado, quedando relegadas las escenas de la pieza original a un prueba/contraste que no siempre alcanza su validación, y que (en algunos casos) rozan la anécdota. El espacio escénico de Bibiana Puigdefàbregas, en consonancia con la iluminación de Marc Lleixà, el espacio sonoro de Lucas Ariel Vallejos y el vídeo de Joan Rodón facilitan y se esfuerzan por unificar este doble espacio de la representación.
A su vez, la dirección de intérpretes capta más nuestra atención cuando estos nos hablan directamente y exponen todo el entramado de datos para pasar a descolocarnos bastante cuando defienden a los personajes de la obra, que se mostrarán antes desde la histeria que desde la neurosis generada por el desencanto vital que padecen. Todo el elenco se desdobla según los requerimientos de la propuesta y desarrollan con oficio el constante cambio de registro, así como manipulan las herramientas necesarias para que el «directo» funcione de acuerdo y en consonancia multidisciplinar. De este modo, Emma Arquillué, Guillem Balart, Francesc Marginet Sensada, Elena Martín, Martina Roura y Mariantònia Salas se mueven entre la asertividad, la perplejidad y el arrebato en los momentos eminentemente dramatizados.
Finalmente, y a pesar de las aportaciones estructurales y dramatúrgicas, la dispersión se apodera en exceso de todo el conjunto y nos quedamos con un espectáculo de factura visual impecable y en el que a pesar de los esfuerzos individuales le falta cohesión en su lenguaje interno. De algún modo, parece que la problemática que se quiere reflejar se toca más por mención o por acumulación que por desarrollo dramático. A favor, hay que destacar el esmerado ejercicio de documentación y la elocuencia de alguna de las cápsulas, así como la exposición de los datos y objetos de estudio (fuera de la escenificación de la pieza de Bruckner) del primer tramo del espectáculo. Un proyecto interesante en su planteamiento y al que probablemente le siente bien cierta toma de distancia para poder analizarlo en toda su complejidad y retomar así algunas de sus premisas con mayor correspondencia.
Crítica realizada por Fernando Solla