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24.07.2017 Críticas  
Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer

El Gran Teatre del Liceu cierra temporada con una nueva puesta en escena de Il Trovatore. Una aproximación tan arriesgada como certera que se enfrenta a la complejidad que supone indagar en el claroscuro argumental y el espectro intrínseco de los personajes. El gran valor añadido de la producción es, sin duda, la visión compartida y alineada de todos los implicados en la propuesta.

El trabajo de Joan Anton Rechi es muy meritorio. No es habitual contemplar cómo a partir de una idea se puede realizar una labor totalmente transversal y favorable hacia el material de partida. Tratándose de una ópera todavía más, ya que todo el artefacto escénico evidencia la robustez, energía y viveza de la partitura de Giuseppe Verdi y, especialmente, del libreto de Salvadore Cammarano y Emanuele Bardare. Se suele decir que la trama de Il Trovatore es complicada, incluso farragosa, pero en manos de todos los implicados aquí, consigue realzar la visión dramática de los autores en paralelo a la musical.

Se necesitaba una manera de unir en escena el devenir y desarrollo de los cuatro personajes protagonistas. Teniendo en cuenta que la ópera se inicia con una fanfarria que no es una obertura al uso y tampoco coincide con la línea temporal del resto del relato, este ligamento que comentamos resulta un gran hallazgo, a la vez que un triunfo escénico. La elección de los grabados de Goya es mucho más que un capricho estético. La convivencia de lo que sucede en escena con las distintas piezas pictóricas del aragonés parece haber surgido espontáneamente. Que las piezas sean una parte viva, con dimensión y movimiento propio dentro del concepto escenográfico demuestra una sensibilidad especial que culmina con la decisión de incluir al mismo Goya como personaje mudo, visitante de piedra ante lo que sucede y testigo de excepción. La maginificación del devenir trágico (interior y exterior) de los personajes de Manrico, Leonora, Azucena y el Conde de Luna llega a los ojos a través de la magnitud y capacidad del artista para comprender y reflejar un momento histórico que vivió en primera persona.

Es muy destacable la comunión de los intérpretes con la idea principal de Rechi, así como su compromiso con con el rango vocal que exigen sus personajes y registros. Para un cantante puede resultar muy complicado mostrar la coloratura vocal de su terreno musical y adecuarlo a la partitura. El movimiento por el escenario se ha trabajado de manera que en algunos momentos los personajes parecen modelos que posan para Goya, sentados en una silla. De ese modo, tanto ellos como nosotros nos concentramos en la emoción que desprenden las voces y la música. Así pues, barítono, soprano, mezzo y tener en estado puro. O lo que es lo mismo, Artur Ruciński, Kristin Lewis, Marianne Cornetti y Marco Berti, embajadores de lujo de la música verdiana que recogen el testigo de la no menos excelente dirección musical de Daniele Calendari.

La visión de Rechi bebe muy directamente del trabajo videográfico de PROJECT2 (Sergio Gracia), la iluminación de Albert Faura y el vestuario de Mercè Paloma. La misiva dramatúrgica alcanza el éxito gracias al trabajo del primero, que sabe como crear dimensión tanto de la obra pictórica como de lo que sucede en escena a partir de distintas tules a modo de pantallas, que tanto sirven para proyectar las imágenes como para delimitar el espacio. Faura clava todos los claroscuros de las arias y de los conflictos (externos e intrínsecos) de todo lo que sucede con acierto y maestría. Paloma consigue que con cada pieza entendamos rango y posición de cada personaje en todo momento, también el interior. A destacar el uso de los colores y las tonalidades y las piezas para Leonora y el coro de gitanos. Impresionante trabajo conjunto.

Finalmente, mención especial para el Cor del Liceu, que también se adscribe a la propuesta defendiendo los momentos más populares de la pieza desde una perspectiva mucho más contemplativa. Lo mismo para un Carles Canut convertido en Goya silente que contempla todo lo que sucede y pasea por la escena con una sobriedad no exenta de su afilada mirada, que nos incluye a todos nosotros. Un personaje mudo (sordo en la vida real) que amplifica más si cabe la visión escénica de un Joan Anton Rechi que nos ha dejado absortos en su debut en la sala.

Crítica realizada por Fernando Solla

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