novedades
 SEARCH   
 
 

07.03.2017 Críticas  
JANE EYRE: Principios a prueba de bomba

En 1847, Charlotte Brontë publicó bajo seudónimo JANE EYRE, novela con la revolucionaria idea de que las mujeres son personas con las mismas emociones, necesidades y pensamientos que los hombres.

No sólo eso: la protagonista tiene un fuerte sentido de la justicia, absolutamente propio y no aprendido, que la hace rebelarse contra toda mentira y todo intento de limitar la libertad, algo particularmente mal visto en la rígida y clasista sociedad británica del XIX.

Anna Maria Ricart ha adaptado al teatro la novela de Brontë, con dirección de Carme Portacelli, cuyos resultados pueden verse estos días en el Teatre Lliure (Gràcia) de Barcelona. Ariadna Gil encarna a Jane, junto a Abel Folk como el rico Rochester que la contrata como institutriz; a su lado, cinco actores se desdoblan en multitud de personajes: Jordi Collet es el estricto y ferviente Blocklehurst además del indiano Mason, que comparte un secreto con Rochester; Magda Puig es tanto la pequeña Adèle como la vanidosa Blanche; Gabriela Flores es tierna como Helen y desquiciada como la vampírica Antoniette; Joan Negrié brilla particularmente como el religioso St. John, y Pepa López toca toda una serie de mujeres maduras, desde la desagradable tía Reed a la parlanchina Sra. Fairfax o la oportunista Lady Ingram.

La batuta la tiene, en todo momento, Ariadna Gil: ella es JANE EYRE en cada momento de su vida, desde la infancia hasta la madurez, sin impostar gestos ni buscar salidas fáciles. Hay una coherencia absoluta, matizada con sutileza, entre su Jane niña, la joven y la más golpeada por los estragos de la vida: pero a diferencia de Hamlet, Eyre no considera la opción de sufrir los dardos de la adversa fortuna, sino que siempre tomará las armas contra el “mar de problemas” de la sociedad. Consigue Gil presentar las tribulaciones internas del personaje tanto con los apartes narrativos que hace a veces como con las miradas, lenguaje corporal y tonos de su voz. Y lo consigue de una manera sincera y entregada al personaje, con una convicción que hace que parezca natural lo que sin duda es un proceso interno complicado y muy trabajado.

Nos recuerda a menudo Ariadna Gil que JANE EYRE no es una mujer hermosa, y sin necesidad de maquillaje nos convence. Sus mejores escenas tienen lugar junto al Rochester de Abel Folk (quien llega a decir que Jane es a la vez tremendamente frágil y fuerte, y en efecto eso es lo que transmite Gil) y el St. John de Joan Negrié: hay contrastes y conflictos muy interesantes en ambos casos, que impulsan la parte reivindicativa del texto y de la obra. Ponen a prueba los principios sólidos de la protagonista, la ponen en aprietos y le permiten desarrollarse.

JANE EYRE es tanto una novela de maduración y una historia reivindicativa como un cuento de fantasmas. Aunque no tengan una presencia abierta en la trama, sí envuelven a personajes como la loca vampira, el fantasma, el hada… elementos góticos a veces metafóricos y a veces más sobrenaturales, que encajarían muy bien en películas de Hitchcock como Rebeca o Psicosis. Esas mansiones aisladas, esos aires turbulentos y ese clima tempestuoso lo transmiten muy bien el dúo musical que interpreta en directo la música del espectáculo, la violoncelista Alba Haro y la pianista Clara Peya (compositora de la banda sonora), que se alterna con Laia Vallès. Las melodías y golpes rítmicos sostienen el aire siniestro, dramático o turbio de las escenas más oscuras.

Desde luego, mejor que la escenografía: Anna Alcubierre ha optado por un espacio escénico blanco con un mínimo de elementos que a veces se queda pobre, demasiado desnudo para los grandes entornos que pretende sugerir. Las puertas son el elemento que da más juego, junto a algunas de las proyecciones de Eugenio Szwarcer y los espejos que extienden el espacio escénico hasta el infinito, pero aún así la novela, con sus cambios de escena, épocas y ambientes, se prestaba a una adaptación visual teatral menos parca. El vestuario de Antonio Belart, en cambio, aunque se ciñe al minimalismo visual de la pieza, también sabe darse lujos de vez en cuando, ayudando a contrastar el negro espartano de Eyre con el exceso de las seductoras Ingram, Antoinette y Rosamond, y del breve personaje de la gitana.

En su conjunto, la Jane Eyre de Portacelli cumple con las grandes expectativas que levantó su anuncio, sin conseguir desligarse del todo de su origen novelesco. Pero el aplomo y el buen hacer de Ariadna Gil llevan a buen puerto esta singular versión de La Bella y la Bestia salida de la mente de Charlotte Brontë, que tuvo la osadía de reclamar espacios, justicia y libertad, igualdad y respeto para la mujer, en la opresiva sociedad victoriana.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES