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13.10.2017 Críticas  
Poderoso reflejo psicológico del amor adulto

El Gran Teatre del Liceu acoge un nuevo estreno de Un Ballo in Maschera de Giuseppe Verdi. Una aproximación de Vicent Boussard que capta tanto el espectro romántico como psicológico de la pieza y que prioriza la fuerza de la música y las interpretaciones por encima de una puesta en escen, antes minuciosa que minimalista, que trabaja el claroscuro de manera transversal.

La propuesta de Boussard consigue situar en primer plano dramático tanto la música de Verdi como el libreto de Antonio Somma. La ambición de plasmar todo el trasfondo psicológico del asunto a través tanto de la dirección de escena como del trabajo con los intérpretes se salda con éxito. Su prioridad no es tanto mostrar la parte política (ya está presente en el texto) sino la de captar el romanticismo adulto a través de los personajes. Adulto porque aunque latente e irrefrenable se muestra desde el respeto y consideración hacia las consecuencias trágicas en las que puede desencadenar. La luna y el mar, reflejo y continente corpóreo y geográfico, pero también metáfora de lo íntimo y recóndito del alma humana.

La escenografía de Vincent Lemaire consigue situar toda la tramoya en el proscenio del escenario. La finalidad de su trabajo es doble. En primer lugar, se trata de situar la acción lo más próxima posible del público y facilitar su cercanía con los intérpretes. Esta función se salda con éxito, ya que las dimensiones físicas no reducen las connotaciones alegóricas y psicológicas de la pieza, sino que las amplifican. En segundo lugar, la construcción de dos cajas superpuestas que suben o bajan en función de si nos encontramos dentro o fuera de la conciencia del protagonista acompañan muy bien a lo que la música y letra explican a través de los intérpretes. Escasos detalles de rojo (lágrimas de sangre) que vaticinan lo que el destino depara para el protagonista, convirtiéndose así en profecía redundante del personaje de la hechicera Ulrica. Explicaciones que acompañan al desarrollo narrativo de la pieza para que esta llegue del modo más simple y comprensible sin negar por ello la carga poética.

Boussard, además, ha querido que todo quede un paso atrás del espacio delantero reservado para que Riccardo se pueda expresar ante el público. Un lugar sólo para él y desde donde puede contemplarlo todo. Su propio océano oscuro e interior. Muy buena opción, todavía mejor entendida por Lemaire. El acuerdo con el maestro Renato Palumbo es evidente, ya que con su excelente dirección de orquesta sabe cómo ocupar el lugar protagonista que le ha sido reservado a la música. Conxita Garcia y Josep Vila y Jover integran al Cor del Liceu y al Cor infantil Amics de la Unió (VEUS) con total naturalidad dentro de la propuesta.

En este contexto es donde encontramos a un elenco excelente. Un segundo reparto que lo es sólo por el orden en el que ha estrenado funciones, porque el nivel es (obviamente) de primera categoría. Fabio Sartori y María José Siri (una gran Amelia) saben cómo mostrar todas las capas de este amor adulto, apasionado pero consciente. En sus solos, y también en sus intervenciones conjuntas, tenor y soprano no sólo ejecutan sus roles vocales a la perfección, sino que interpretan todos los estados y situaciones por los que deben pasar aprovechando esa frontalidad y cercanía hacia el público. Sartori ofrece la gran aria de su personaje “Forse la soglia attinse… Ma se m’è Forza perderti” con maestría y sensibilidad. El barítono Giovanni Meoni se aproxima a Renato desde una aparente contención que termina en un gran tramo final. Muy adecuadas también la mezzo Patricia Bardon como Ulrike y la soprano Katerina Tretyakova, que hace suyo el papel del paje Oscar con una interpretación vocal asombrosa.

El vestuario de Christian Lacroix es el principal encargado (aunque no el único) de unir de algún modo la época original donde se sitúa la acción y la contemporaneidad. La paleta cromática se hermana con la iluminación de Guido Levi. Si el segundo debe iluminar el tono oscuro imperante, el primero se mantiene en el terreno sombrío sin renunciar a las texturas brillantes y reflectantes para algunas escenas y personajes. Huyendo de lo fácil y complaciente, una interesante labor que se acerca a la idea general de Boussard sin renunciar a algunas líneas estilísticas propias. El trabajo de Levi es el nexo de unión entre todas las disciplinas, ya que de él depende que el foco de nuestras miradas se dirija dónde la música y el libreto requieren en cada momento. El claroscuro se convierte en leitmotiv de la propuesta gracias a su labor.

Finalmente, nos encontramos ante una puesta que puede sorprender en un primer momento pero que, progresivamente, nos sumerge en el universo introspectivo y psicológico de los tres protagonistas principales. Cuesta encontrar una adecuación tan alineada entre las distintas disciplinas artísticas que intervienen en una puesta en escena. El acompañamiento que se realiza tanto de los intérpretes como del público de Un Ballo in Maschera es, sin duda, su mayor éxito. Tanto como la excelencia en el canto (y no sólo) de un gran elenco.

Crítica realizada por Fernando Solla

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