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07.03.2016 Críticas  
Invicta Brünnhilde de Iréne Theorin

Algo muy importante sucedió la noche del veintiocho del pasado mes en el Gran Teatre del Liceu con el estreno de GÖTTERDÄMMERUNG (“El ocaso de los dioses”) de Wagner, que no se podía ver en la casa desde verano de 2004. La última jornada de la tetralogía “Der Ring des Nibelungen” (“El anillo del nibelungo”), terminaba con el reinado de la mitología nórdica.

Cronológicamente “Das Rheingold” (“El oro del Rin”), “Die Walküre” (“La Valquiria”) y “Siegfried”. El montaje que podemos ver estos días es una producción de la Bühnen der Stadt Köln y la dirección escénica de Robert Carsen supone una verdadera experiencia estética, capaz de transmitir y asimilar tanto la vertiente intelectual como la emotiva con una fuerza expresiva inconmensurable.

La escenografía y el vestuario de Patrick Kinmonth y la iluminación de Manfred Voss demuestran una precisión milimétrica y una comprensión del espíritu wagneriano extraordinarias. Dotando a los protagonistas de toda la energía, fuerza y vigor que sus personajes poseen sobre el texto, el trabajo de ambos artistas se complementa hasta fundirse en uno solo. Ambos muestran un conocimiento y fidelidad absoluta, heredando la voluntad de Wagner de relacionar elementos históricos del momento con la literatura medieval y su concepción mítica. En este caso, nos situarán en los alrededores de un Rin devastado y con restos armamentísticos de una guerra.

Como materiales, hormigón y acero para construir las paredes y los telones ignífugos para mostrar una naturaleza devastada por cualquiera de los conflictos bélicos que asolaron Europa durante el siglo pasado. En el vestuario, la estética nazi contrasta en el pueblo llano y de alguna manera evocan la supeditación de lo divino a lo terrenal y perecedero, como indica el título. Hay una cierta estructuración entre las distintas escenas y actos en la escenografía que sigue la localización del libreto original en todo momento. Así, tras el prólogo el decorado será el mismo un cuadro sí y otro no. Cerrando este apartado, la iluminación consigue que la plasticidad supere el lindar de las percepciones con un constante juego de sombras que provocan en el espectador una sensación siempre a medio camino entre el sueño y la vigilia. Para el desenlace se consigue que no perdamos detalle de los movimientos de Brünnhilde, distinguiendo cada paso y cada gesto hasta su salida por el fondo del escenario. Todo entre humo, agua y fuego. Un trabajo inigualable e inolvidable. Extático.

La dirección musical de Josep Pons evidencia una vez más la harmonía presente en la instrumentación del autor, articulando la parte musical de tal manera que no perdamos detalle de la modulación y vocalización de los intérpretes. En este capítulo, la intensidad de algunos pasajes nos recuerda los acontecimientos de las tres anteriores entregas de la leyenda, propiciando que evoquemos la totalidad de la odisea. Pons, así como los miembros de la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu, han basado su trabajo en la máxima wagneriana de buscar la complicidad entre la voluptuosidad de la orquestación y sus lazos de unión con la parte vocal. Texto ligado a la melodía. En este aspecto, la dirección que Conxita Garcia ha ideado para el coro va por el mismo camino. De nuevo, un resultado exquisito, siempre en comunión con el resto de disciplinas artísticas que intervienen en el conjunto de la ópera.

En el apartado interpretativo, la dirección de Robert Carsen es contundente e irrebatible. Ha trabajado con cada artista su personaje de tal manera que desde la primera aparición de cada uno somos capaces de situarnos, en cuestión de segundos, en el estado anímico que ha adquirido tras las tres etapas anteriores, situándonos plenamente en la acción desde el primer minuto. Hay que destacar tanto el esfuerzo con el resultado en el trabajo del bajo norteamericano Eric Halfvarson, que por enfermedad de Hans-Peter König asumió el rol de Hagen con una compenetración perfecta tanto con sus compañeros como con la figuración escénica de la propuesta. Las tres Nornas interpretadas por las mezzosoprano Cristina Faus y Pilar Vázquez y por la soprano Jacquelyn Wagner nos introducen con aparente facilidad en el mundo wagneriano en el impecable prólogo. Esta última también encarnará a Gutrune, la rival de Brünnhilde por el amor de Sigfried. Excelente trabajo que nos permite ahondar en la humanidad de su personaje.

Muy buena afinidad entre el Albertich de Oskar Hillebrandt y el Gunther de Samuel Youn. El segundo resuelve con maestría la difícil escena en la que se presenta ante Brünnhide con el vellocino de oro ocultando su verdadera identidad mientras oímos la voz de Sigfried desde fuera de nuestro campo de visión. Aplausos entusiastas para las tres hijas del Rin, encarnadas por las mezzo Anna Alàs i Jové y Marina Pinchuk y la soprano Isabella Gaudí. Su lucha obstinada por hacerse con el anillo de Sigfried consigue crear una tensión palpable en toda la sala. Lo mismo para Michaela Schuster y su Waltraute, que logra en su única aparición que el público entienda la contradicción entre lo terrenal y lo divino. Finalmente, Lance Ryan demuestra ser uno de los pocos tenores capaces de transmitir toda la humanidad de Sigfried, así como de cantar su difícil partitura con semejante naturalidad. Francamente asombroso.

Párrafo aparte merece la soprano Iréne Theorin, que con su interpretación de Brünnhilde alcanza parar el tiempo. La fastuosidad de la lectura que hace de su personaje merece un capítulo aparte en la historia de este teatro. Incuestionable e indescriptible en su capacidad vocal. La intérprete demuestra conocer bien el personaje así como la obra del autor y afronta su personaje con toda la intensidad de lo vivido en las entregas anteriores, penetrando en la imaginación del público y convirtiéndola en un factor indispensable para que la grandeza de Wagner suceda de nuevo. Theorin se convirtió la noche del estreno en la manifestación artística del autor interpretando a una valquiria que (como vimos en “Sigfried”) ya ha renunciado a su condición de doncella y ahora es una mujer entregada completamente a su amor. Escena tras escena y acto tras acto veremos todo el desarrollo del personaje en toda su complejidad, algo que hasta ahora parecía inasumible para cualquier mortal. Heredera del requerimiento wagneriano que hay que cantar y actuar con la misma intensidad, Theorin se superó a sí misma en el último acto interpretando a una diosa pero dotándola de una condición cotidiana. Como si fuera una persona individual y común la que sufre estas pasiones. Su apasionamiento y desesperación trascendieron a los de su personaje y se convirtieron en la de todos y cada uno de los presentes. Interpretó los sentimientos y conceptos universalmente. Su solo frente al público y ante el telón de acero que esconde el ocaso final, así como su desaparición, provocaron el éxtasis y la catarsis de unos espectadores que contemplamos algo único y extraordinario. Atronadora ovación la noche del estreno. Inolvidable e irreemplazable Iréne Theorin.

GÖTTERDÄMMERUNG se representará de nuevo en cinco únicas funciones hasta el próximo diecinueve de marzo. Sin duda, el Liceu ha conseguido entusiasmar a un público que tras la noche de estreno salió exultante y feliz del teatro. Imprescindible la visita.

Crítica realizada por Fernando Solla

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