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14.09.2023 Críticas  
Diluvio de una narrativa desconcertante y perturbadora

El Teatre Lliure de Montjuïc en Barcelona presenta, en dos únicas funciones, 300 el x 50 el x 30 el. La compañía Belga dedicada a la experimentación, FC Bergman, nos presenta a una comunidad que intenta dar respuesta a cómo la gente vive en sociedad de una forma bastante fundamentalista. Si piensas que has visto todo en teatro, no has visto a FC Bergman.

Con un título harto complicado pero con sentido (300 el x 50 el x 30 el son las medidas del Arca de Noé), Stef Aerts y Thomas Verstraeten nos presentan una obra cuya narrativa nos es difusa. Aunque título evoca las medidas de la santa arca, la obra no nos habla del diluvio, aunque sí encontramos múltiples referencias bíblicas que nos hacen pensar. Una apuesta visual, cinematográfica y desafiante para el espectador.

Según indica la misma compañía, el espectáculo habla de religión y del miedo a perder el control de nuestras vidas. Acostumbrados a la completa experimentación, la FC Bergman indica que esta es su pieza más narrativa.

El protagonista principal, un soldado solitario, cree que puede conducir su destino. Los demás, no. Los demás no se hacen responsables de las propias vidas porque piensan que esto está fuera de su alcance. El público, por narrativa explícita, se sentirá más conectado con el soldado, que intenta controlar su vida aunque sepa que no será posible. Al final, esto es precisamente lo que vemos: que nunca funciona. Es una historia maravillosa: sabemos que él no saldrá adelante pero vemos cómo lo intenta.

Si algo impresiona de la obra es el decorado diseñado por la misma compañía junto a Matthijs Kuyer. Un inquietante y deslumbrante espacio alrededor de un claro en un bosque en la que varias cabañas se encuentran edificadas en un semicírculo junto a un pequeño estanque. Las cabañas están cerradas y no podemos ver su interior, pero para que no perdamos detalle, una steady cam gira alrededor del set tirada por dos técnicos para mostrarnos su cara oculta al espectador (aka su interior). Durante la hora que dura la función, el camarógrafo y los técnicos se desplazan por un raíl que cerca la escena y filma lo que no podemos ver, mientras se proyecta en una pantalla gigante que cuelga sobre la escena. Así, mediante la cinematografía al estilo David Lynch, nos convertimos en voyeurs que espían la vida de los habitantes de la aldea. Escenas que nos recuerdan amablemente a los pecados capitales. A cada vuelta, la acción ha avanzado mientras que, cada vez, se vuelve más oscura y dantesca. Escenas privadas que se rebelan como pequeños secretos sucios que querríamos esconder de los demás; pero de los que no podemos apartar la vista. El voyeurismo se vuelve adictivo y las historias empiezan a colisionar entre ellas para mostrar una pequeña historia de amor.

Cuando ya nos hemos acostumbrado a la situación, la historia da un vuelco y la pareja parece querer escapar de dicho purgatorio personal. Aunque, para ello, solo hay una forma que no vamos a revelar. El cambio narrativo da un vuelco tan radical, que la obra vira del purgatorio a la celebración y los personajes dejan su experiencia anterior para convertir la acción en una bacanal celebratoria donde dejar atrás los secretos que cada uno guarda.

Al finalizar la obra, el público aplaude a rabiar tras haber disfrutado de un espectáculo en directo al puro estilo Lars Von Trier o David Lynch; escenas con un sentido dual llenas de incógnitas que sorprenden a la par que perturban al espectador en una narrativa desconcertante.

Crítica realizada por Norman Marsà

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