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20.03.2023 Críticas  
Por la gracia de Dios

Natalia Menéndez, directora del Teatro Español de Madrid es también la máxima responsable de uno de los estrenos de la temporada, Uz: El pueblo. Una propuesta humorística firmada por Gabriel Calderón y bien armada técnica y artísticamente que, aun así, a duras penas consiguen salvar Nuria Mencía y Pepe Viyuela.

Dios. Una familia en una encrucijada. Y una misión que cumplir. Tres condicionantes tan sumamente amplios y genéricos que dan tanto para drama como para comedia. Gabriel Calderón parte del primero para, después, zambullirse en el segundo género. En el camino da la sensación de que se ha intervenido su texto, supongo que para adaptar al oído, querencia y gusto del espectador español lo que pudiera resultar ajeno, distante o incomprensible por haber sido escrito en Uruguay. Una mutación que bien pudiera resultar el motivo de que Uz: el pueblo parezca un barco que navega sin más motivo que avanzar en lugar de seguir una ruta definida y tener por objetivo llegar a un puerto concreto.

Nada que objetar a que la tragedia que el ser supremo le encarga a Grace, acabar con uno de sus hijos para demostrarle su sumisión al poder divino y, de esa manera, alcanzar la plenitud y la gloria. De acuerdo con llevar ese conflicto y propósito por el camino de la chanza con toques más absurdos que surrealistas o ácidos. Pero desanimado cuando la ocurrencia resulta ligera, el recurso manido y la manera de ejecutarlo demasiado fácil. Nada que objetar al sentido del humor cercano, basado en lo fácil y lo evidente, sin mayor intención que hacerte sonreír y reír, sin pretender reflexión ni trascendencia. Bien si Uz: el pueblo solo se sirviera de ello de manera puntual, pero Natalia Menéndez ha hecho de lo que debiera ser apoyo una continuidad. A su favor, hay que decir que no lo hace con planitud, sino que va a más, pero en el sentido contrario al que sería deseable.

En su materialización sobre el escenario prima el verbo y el movimiento, pretendiendo confluencia y dinamismo. Sin embargo, transmite ruido y confusión. Se entiende y acepta lo mordaz y lo sarcástico, mas las efusiones sexuales y el juego con los roles de género tienen poco de hipérbole y más de gratuidad manoseada. No tengo claro la subjetividad por la que no me convenció este enfoque, quizás tenga algo que ver la buena impresión que me llevé de intérpretes como José Luis Alcobendas o Javier Losán. Acotados en las caricaturas de un párroco y un carnicero, pero con capacidad suficiente como para dotarles de entidad propia y no quedar atrapados por la dirección en que son conducidos.

Otro tanto sucede con Nuria Mencía y Pepe Viyuela, protagonistas y, por tanto, encargados de liderar y dar entidad a este montaje. A pesar de la complicada misión, consiguen transmitir y no dejarse lastrar. No convence lo que hacen, pero sí como lo hacen. Todo un reto. A su favor juega la sugerencia visual de la escenografía de Mónica Boromello, complementada con la luz de Juan Gómez-Cornejo, y la manera en que vehicula las entradas y salidas, el exterior y el interior y los varios niveles de este. Súmese a ello la partitura de Mariano Marín, merecedora por sí misma de estar disponible en cuantas listas de reproducción haya dedicadas a la música teatral. Como conclusión, solo añadir que seguiré sin creer en Dios.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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