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22.09.2020 Críticas  
Secretos estruendosos

Vuelve La geometría del trigo a Madrid, al Teatro Galileo en esta ocasión. Perfecta oportunidad de recuperar una historia que no por no ser sorprendente deja de remover emociones y pulsiones. El texto de Alberto Conejero perfectamente vivido en las tablas.

La geometría del trigo va de ciudades y pueblos, de Barcelona y campos de olivos. De personajes resignados y amores escondidos. En el texto de uno de los autores más queridos de nuestro teatro se hilvanan con mimo muchas emociones conocidas. Juega perfectamente la baza de que la trama no sorprenda con ningún giro sorpresivo, para que nos centremos en las carencias vividas por esos personajes en busca de su geometría, de su composición poligonal.

No pienso desvelar mucho de la trama, más que decir que Joan viaja de Barcelona a su pueblo andaluz, acompañado de Laia, su pareja, para el entierro de un padre que no ha conocido. Eso nos llevará a conocer los acontecimientos que marcarán la vida de los progenitores de Joan, justo en el momento en que un tal Samuel, amigo íntimo de Antonio, padre de Joan, regresa al pueblo con la excusa de transformar un antiguo molino de aceite en un hotel rural.

En escena un grupo de actores y actrices en perfecta sintonía. Acunados por la bella escenografía de Alessio Meloni viven en las dos épocas de este evocador montaje. La iluminación de David Picazo refina las escenas.

Volviendo al elenco solo se puede alabar su entrega. José Troncoso, sin palabras, ver a Troncoso en escena es siempre un regalo, pero si además es con los matices de un personaje como el de Samuel, entonces el regalo es inolvidable. Juan Vinuesa, otro de los que nunca defrauda, contenido, explotando cuando se requiere, con la losa del secretismo impuesto, de la resignación. Consuelo Trujillo trae en su interpretación la España atormentada, de puertas cerradas y costumbrismos añejos. Eva Rufo y José Bustos, esa pareja en un punto frágil de su relación, haciendo equilibrios entre sentimientos nunca expresados, compenetrados. Alicia Rodríguez es Beatriz, esa mujer incapaz de afrontar la realidad y que huye, arrastrando a los demás.

Funciona todo bien en esta geometría, la duración, los silencios, la música, la palabra. Firma Alberto Conejero uno de sus textos más reconocibles, un texto que va calando poco a poco, se queda en la memoria tal y como se queda el olor de los campos de olivos, reconocible, perdurable. Hay muchas historias reales condensadas en ese relato, lo que lo hace una experiencia totalmente recomendable, sanadora.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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