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05.06.2019 Críticas  
La ópera frente al espejo

Estreno absoluto en el Teatro Real de Capriccio, la última obra de Richard Strauss. Basada en una idea de Stefan Zweig, Capriccio es una deliciosa rareza en el repertorio operístico. Una ópera metateatral, con un gran dilema para la protagonista y para el espectador. ¿Qué es más importante, la palabra o la música? La respuesta es complicada.

Esta ópera compuesta en plena II Guerra Mundial es todo un alegato filosófico sobre el arte, el teatro, la ópera. La protagonista se encuentra ante un verdadero dilema, casi crisis existencial. Enviudada recientemente, joven, atractiva, condesa y con toda la vida por delante. Cortejada por un poeta y por un compositor. Atraída por ambos, se deja seducir por las bellas palabras del poeta, a la vez que la música que el compositor pone a esas palabras la embelesa. Ahí el dilema, la cuestión, casi un “ser o no ser” Shakesperiano. A toda la desazón se unen además un empresario teatral y una actriz que preparan una función teatral que debía ser representada en honor a la condesa por su cumpleaños.

Todos los personajes añaden su reflexión filosófica sobre el arte, y sobre la importancia del mismo en las emociones. Sobre si hay que tomarse en serio la ópera, si de verdad nos eleva y nos emociona. Sobre la idoneidad de los recitativos y las arias. Dosis de humor en muchos de los fragmentos. Capriccio es sin duda un dulce capricho de Strauss.

La dirección de escena firmada por Christof Loy plantea un único espacio. Un gran salón presidido por un espejo, en el que nuestra protagonista verá su pasado y su futuro. En forma de bailarina, la enfrentarán a su decisión. La escenografía estática está maravillosamente resuelta con un preciso movimiento de todos los cantantes y actores. Apoyados en una luz que destaca la elegancia y sobriedad de un vestuario, que mezcla contemporaneidad con los trajes de época que utilizan los actores que ensayan la obra que presentarán a la condesa. Todo el conjunto es una muestra del menos es más, pues sin cambios escenográficos el conjunto está en constante movimiento.

La orquesta dirigida por Asher Fisch suena nítida y bella. Una partitura dulce, con bellísima cadencia. Perfectamente empastada con la escena. Un regalo para los oídos. La condesa Madeleine interpretada por Malin Byström es una de las mejores interpretaciones de esta temporada en el Real. Los matices de la soprano son pureza y virtuosismo. Los últimos diez minutos de la ópera son de esos que se quedan grabados en la memoria del espectador. Elegancia y emoción perfectamente equilibradas para un epilogo magistral.

Destacan todos los demás cantantes por lo equilibrado y perfecto de sus interpretaciones. Josef Wagner y Norman Reindhardt como los pretendientes. Christoff Fischesser como La Roche y Theresa Kronthaler como Clairon. Capriccio se ha desvelado como una de las sorpresas de la temporada. Ovación más que merecida para un conjunto que es pura armonía y perfección. De gran delicadeza, aunando belleza musical y escénica. Con gran reflexión filosófica. Poniendo al espectador ante la misma tesitura que la protagonista. Delante de un espejo ante el que hay que decidirse. ¿Es mejor la palabra? ¿La música?

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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