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11.04.2019 Críticas  
La ficción utópica

La Sala Beckett continúa desplegando la parrilla del ciclo Res no és mentida y confía en Cristina Clemente y su obra Andrea Pixelada. Una co-producción con El Pavón Teatro Kamikaze y el Teatre Principal de Palma que demuestra la gran capacidad de la autora para construir personajes consistentes y para superponer distintas capas narrativas.

Una de las mayores virtudes de la pieza que nos ocupa es la posibilidad de descubrir en el texto algunas características de las obras de la dramaturga que, en última instancia, delimitan su manera de entender el teatro. Quizá algo más críptica y misteriosa que en otras ocasiones, los cambios de punto de vista se revelan especialmente ingeniosos esta vez, sin abandonar nunca la cotidianidad de todo el conjunto. ¿Cómo los jóvenes acceden al mundo de la ficción en la cultura donde reinan las redes sociales? ¿Qué relación establecen con ella y cómo interfiere en su concepción y percepción de la realidad?

En una temporada en la que hemos podido disfrutar de Lapònia, seguimos fascinados por la habilidad para introducir y desarrollar el conflicto (argumental y particular de cada personaje) que propone Clemente y nos resulta imposible no pensar en la fantástica Consell familiar, vista hace cinco temporadas en la anterior sede de la Sala. La familia como estructura organizativa mostrada en esta ocasión a través de la mirada de una joven de dieciocho años que se dedica a hablar de libros en su canal de Youtube. La dirección de Marianella Morena juega muy bien con las posibilidades que ofrece el texto para plasmar la diferencia entre lo que somos y lo que mostramos.

La escenografía de Paula Bosch resulta una gran cómplice para que todo avance de un modo sorpresivo y al mismo tiempo coherente y progresivo. La posibilidad de subterfugios, viaductos y entradas y salidas entre las múltiples realidades que se congregarán en escena no tiene desperdicio. La iluminación de Guillem Gelabert crea el clima adecuado en todo momento y el juego que establecen el vestuario de Berta Riera y la caracterización de Coral Peña nos mantiene alerta, así como la música de Clara Aguilar. En este terreno los intérpretes parecen volar con total espontaneidad y verosimilitud. Tanto Àssun Planas como Borja Espinosa consiguen cambiar de registro en función del punto de vista y el plano protagónico que ocupe. Mima Riera realiza una enorme interpretación y se muestra eminentemente expresiva, especialmente cuando no utiliza el lenguaje verbal. Y, por supuesto, Roser Vilajosana, que consigue un registro adecuado y provechoso en todo momento y nos arrastra con ella a la espiral de la propia vida de su persona/personaje, transmitiendo la tensión precisa y marcando el ritmo de la función.

Finalmente, nos quedamos con la capacidad de la dramaturga para profundizar en los conflictos familiares siempre desde «otra» perspectiva. En este caso, la dirección ofrece una visión externa que trabaja especialmente bien con los intérpretes y las posibilidades que ofrece la puesta en escena. En un mundo donde la inmediatez y la rápida caducidad están a la orden del día, encontrarnos con una pieza que nos incita a realizar un alto en el camino para reflexionar sobre nuestra configuración de una realidad ficticia y viceversa es algo que merece la pena considerar (y disfrutar).

Crítica realizada por Fernando Solla

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