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11.02.2019 Críticas  
La verdad tras las mentiras

La Sala 2 del Club Capitol acoge una nueva e interesante propuesta de Hause & Richman. Con Lapònia, Cristina Clemente y Marc Angelet firman a cuatro manos texto y dirección y nos sorprenden con una comedia ágil, trascendente, verosímil y con una fuerte capacidad para el retrato, la reflexión y la creación de personajes férreos y reconocibles.

La habilidad para introducir el conflicto a partir de la reacción de unos protagonistas que no aparecerán en escena (los niños) resulta todo un acierto. El descubrimiento de la no existencia de Papá Noel nos sitúa frente a una de las mentiras fundacionales y también de las primeras desilusiones. El inicio de la pérdida de la inocencia y la asimilación de que nuestros padres también mienten. Falacias, algunas inocentes y otras más vergonzantes, que emergen en situaciones comprometidas. Valores y costumbres que chocan y pesan como una losa cuando nos sometemos al escrutinio de nuestros familiares y también sensación de inferioridad o exceso de confianza hacia uno mismo y la propia visión inamovible y unilateral del mundo. Todo esto hilvanado en un texto que nunca se queda en lo superficial y que rasca, hurga y ahonda en las motivaciones y el trasfondo de los cuatro personajes que conocemos y vemos en el escenario.

Esta propuesta necesita de un reparto capaz tanto de dinamizar las situaciones como de mostrar todos los puntos de vista y cada giro e intención. Y estos requerimientos se cumplen de principio a fin, con la progresión adecuada para cada uno de los personajes. Los cuatro se complementan a la perfección y se escuchan y apoyan en todo momento. Se establece un juego persuasivo muy estimulante para el espectador, que se mantendrá siempre alerta y llegará a empatizar con todos, gracias a unas interpretaciones que, sin ahorrarnos ni un ápice de diversión, invitan a la reflexión y despiertan nuestra actitud activa y ganas de participar y de posicionarnos. Contribuyen a establecer un balance mudable y progresivo en función de cada situación y pareja (matrimonios, hermanas, maridos, etc.). Juegos de poder enérgicos y que siempre dicen algo más de lo que expresan las palabras. Del trabajo conjunto se beneficia el resultado final de la función, pero es justo destacar las aportaciones individuales.

Manel Sans logra plasmar el recorrido de un personaje en apariencia apocado hasta mostrar todas sus inquietudes y deseos de un modo con el que empatizamos en todo momento. Roger Coma consigue tensar las situaciones al máximo naturalizando un acento que asumiremos como finlandés y que explota sin caer en la caricatura. Meritxell Huertas destaca al mostrar una progresión opuesta a la de sus compañeros, ya que debe entrar en escena como un huracán y, poco a poco, transmitir ese estallido al resto. Meritxell Calvo nos cautiva con una mirada eminentemente comunicativa que insinúa o difumina lo que las palabras callan o maquillan. Un personaje que poco a poco retoma las riendas de su propia identidad reclamando el protagonismo que ella misma se ha negado. Su explosión particular supone un gran momento de la función. Lo mismo sucede con sus compañeros, que aprovecharán todas y cada una de las posibilidades del texto.

El espacio ideado por Sebastià Brossa, Paula Font y Paula Gonzàlez se complementa con una muy acertada iluminación de Sylvia Kuchinow y un excelente diseño de sonido de Xavi Gardés. Precisamente este último es el que consigue naturalizar y dotar de verosimilitud a la presencia de los personajes no visibles. Detalles cálidos para el interior y fríos para el exterior. Elementos que nos predisponen a la comedia situacional y que, precisamente por eso, contrastan tanto con las múltiples capas que propone el texto. A destacar también el vestuario de Irantzu Ortiz, que ayuda a dotar de carácter y a hacer reconocibles a los protagonistas mucho más allá del rol (formal) prototípico del relato que deben desempeñar en las distintas situaciones.

Finalmente, nos encontramos con una propuesta que cuida hasta el más mínimo detalle, tanto de la puesta en escena como del texto que le sirve de base. Aprovechando los elementos formales más reconocibles de la comedia de situación, Lapònia nos ofrece un certero y profundo retrato y, al mismo tiempo, una posibilidad no unidireccional de entendimiento y convivencia. No se trata tanto de dinamitar situaciones a través de réplicas o reacciones más o menos salvajes sino de captar y transmitir la dificultad de llegar a un consenso cuando se trata de la educación de los hijos y su supeditación a los intereses o comodidades de los progenitores, disfrazadas de elitismo o supremacía ideológica o cultural de unos frente a otros.

Crítica realizada por Fernando Solla

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