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06.06.2018 Críticas  
Emocionante y profunda puesta a punto sentimental

La Sala Beckett estrena el resplandeciente resultado de una de sus residencias de esta temporada. Esmorza amb mi nos devuelve al Iván Morales dramaturgo con una pieza que sirve de presentación de la compañía losMontoya.

Esmorza amb mi es la obra que posiblemente sitúa a Iván Morales en lo más alto de su creatividad al mismo tiempo que nos transforma en espectadores capaces de contrastar a tiempo real lo que vemos con nuestro bagaje sentimental.

Sólo entrar en la sala la sensación que nos invade es de máxima expectación por descubrir lo que nos depara la función. El espacio escénico y la iluminación de Marc Salicrú son imprescindibles para evidenciar que vamos a asistir a una disección. Sí, a una autopsia. La disposición de las gradas dota de una identidad inigualable a la propuesta y nos sitúa como observadores de una jornada de anatomía. Alrededor y por encima de los cuerpos y de las almas objeto de estudio. Cada rincón se convierte en un lugar posible. Que compartir con los protagonistas o una opción que se les ofrece para apartarse, esconderse, interactuar u observar.

Viñetas en las que interactúan y que nos deparan algunos grandes momentos dentro de una función no menos mayúscula. La inclusión del audiovisual y el retrato que promueve (especialmente del personaje de Carlota), la selección de la banda sonora y la magnífica música y diseño de sonido de Clara Aguilar redondean y adecúan el resultado hasta conseguir alinear el qué y el cómo de una manera excelente. Muy destacable también la integración de los intérpretes como manipuladores de los objetos y la propia iluminación y efectos sonoros, algo que funciona de un modo muy orgánico y que estructura las escenas y la narración de un modo que nos parece imposible que haya dos funciones iguales. Algo único y mágico sucede durante cada función en la Sala Beckett: se escucha el silencio. El que Sergi le explica a Natàlia y el nuestro propio. Y con el silencio todo los años, sucesos y sentimientos afloran de nuevo. Nuestro equipaje afectivo.

No se tratará de superar la clausura del amor, como muy bien la definió Pascal Rambert, sino de lo que viene después. El miedo y el volverlo a intentar de un modo nada idealizado pero posible, quemando los últimos cartuchos de ingenuidad que nos quedan. La estructura narrativa hace interactuar a cuatro personajes en distintas situaciones en las que, principalmente, irán formando pareja. Reencuentros que son al mismo tiempo descubrimientos, nuevos acercamientos, dudas, celos, comparaciones, inseguridades, discrepancias que estamos dispuestos a asumir… Los intérpretes son capaces de captar y de transmitir tanto el contenido como el tono de la pieza de un modo enormemente alineado con la sensibilidad imperante. Cuatro grandísimas interpretaciones que nos acompañan en todo momento y que convierten lo que esencialmente es doloroso y amargo en una búsqueda que nos agarra y no nos suelta. Lo irreal se vuelve tangible y todos ocuparemos el lugar de escolta y comparsa.

Los cuatro crean una armonía en escena que lo traspasa todo. Los cinco, deberíamos decir. Morales está muy presente a través de los personajes. Nos parece reconocerlo y a la vez descubrirlo por primera vez. Su mirada ha evolucionado a la vez que la nuestra y juntos nos vamos resituando. Cada escena es un reto, tanto por la intensidad como por la duración, que se toma el tiempo necesario seimpre. Anna Alarcón y Xavi Sáez empiezan muy fuerte. Su primer encuentro es tremendo y ambos crean una suerte de hype que se mantendrá durante toda la función. El énfasis que pone ella a través de la mirada es capaz de demostrar todo el recorrido interno de su personaje de un modo sobrecogedor. Sáez juega muy bien con la situación de Sergi, ese personaje que se contiene y que está siempre a punto de estallar. Su primer encuentro con Salva es brutal. Gracias también a un Andrés Herrera exultante. La ternura que desprende con la mirada en contraste con la energía y vitalidad con las que transmite tanto su ilusión como su frustración se contagian de un modo totalmente hipocondríaco. La primera intervención de Mima Riera llega en un momento en el que la función ya parecía tener un itinerario marcado y la reconduce por otros senderos de un modo maravilloso. Es la que más interactúa con el audiovisual y la composición de Carlota nos sacude de un modo arrollador e insuperable. De nuevo, brutal. No hay vuelta atrás después de compartir esta función con ellos y nos los llevamos con nosotros. Personajes que crecerán en nuestra imaginación hasta que volvamos a encontrarnos con ellos (ojalá). Interpretaciones que se convierten en ese lugar al que recurriremos en caso de necesidad. ¡Gracias a los cinco!

Finalmente, Esmorza amb mi se convierte en algo que hasta ahora un servidor no había encontrado en formato dramático. Por fin, un tratamiento escénico que resulta el equivalente a asistir al fisioterapeuta, como en la primera escena. La obra de la desafección o del fin del compromiso mutuo entendido de una manera tradicional (qué bien que entre los referentes de Morales esté Zymunt Baumann). Una función que nos facilita herramientas para salir ahí fuera (del espacio teatral) y enfrentarnos a esos mismos miedos. Salimos cambiados después de una obra teatral cocida a fuego lento y que además se retroalimenta de las magníficas posibilidades de la Sala de Baix. La calidad de la experiencia es impagable. Como decíamos, una emocionante puesta a punto sentimental.

Crítica realizada por Fernando Solla

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