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05.05.2017 Críticas  
La farsa (ineludible) del amor

Cuesta pensar, cuando nos sentamos en la butaca del Borràs, que Noël Coward escribió esta obra de teatro hace más de tres cuartos de siglo. La Brutal ha confiado en Juan Cavestany para realizar una versión que, más que traer a la actualidad, consigue captar desde un punto de vista sincrónico a nuestros días, todas las virtudes de la pieza original.

La dirección de David Selvas y Norbert Martínez trabaja muy bien el ritmo de las réplicas y las transiciones, así como el trabajo con los intérpretes. Hay algunas señas marca de la casa, como la selección de una banda sonora excelente para reforzar el hilo narrativo de la propuesta. De este modo, la elección del reparto era fundamental y el éxito en este terreno, remarcable.

Tanto Mima Riera como Javi Beltrán se camuflan entre sus personajes con una actitud camaleónica. Gusta ver como ambos van encontrando cómo aportar a cada personaje un registro u otro, en función de sus necesidades. La comicidad entre ambos y con sus compañeros es más que notable. David Selvas defiende a su personaje desde el orgullo y el cinismo pero sin convertirlo en un amoral. Es un papel complicado, pero lejos de buscar la comicidad gratuita, dota de profundidad, teniendo en cuenta siempre que aunque nos encontremos en un formato cómico, el drama de los personajes es considerable.

Será Marta Marco la que consiga que reflexionemos sobre la validez o no de la comedia a día de hoy. Teniendo en cuenta que hay cuestiones de clase y de género de por medio, la naturalidad que consigue insuflar a todo el asunto es encomiable. Dice el texto con una espontaneidad no exenta de adecuación y sobresale tanto en su vis cómica como en los registros más dramáticos. La profundidad que consigue imprimir con sus silencios es imprescindible para dotar de sentido a la elección de este título para una nueva puesta en escena.

La escenografía de Jose Novoa sabe cómo favorecer los cambios de escena y localización con un hábil uso de cortinas que irán redefiniendo el espacio. Ampliándolo, reduciéndolo o acotándolo según convenga. La utilería está muy conseguida para dotar de, carácter y estilo requeridos para los personajes. Lo más importante es que gracias a su trabajo y a la interacción de los intérpretes con el decorado se marcarán las transiciones entre los tres actos de la pieza. Los actos pasarán a ser escenas y la función se nos ofrecerá en una única parte, dotando de ritmo a todo el conjunto.

El diseño de sonido de Ramon Ciércoles sabe cómo propiciar que por muy aceleradas que sean las réplicas nunca tengamos la sensación de que los actores están gritando. Los micrófonos parecen estar sobre las cabezas de los mismos, así que los espectadores recibimos sus charlas o discusiones a través del sonido ambiental en que se producen. En la misma línea la iluminación de Mingo Albir y el vestuario de Maria Armengol.

Uno de los pilares de la función será, precisamente, lo que no sucederá explícitamente en escena o se verbalizará a través de las réplicas de los personajes. Cuando Coward estrenó Vides Privades apenas había pasado un año del crack de Wall Street. Por lo tanto, nos encontrábamos en un periodo de recesión económica y entre dos guerras. Nada de esto se explicaba en la obra, pero sí que servía para confrontar la predisposición del público que acudía al teatro con la actitud e imagen de los personajes. La caída de valores es aquí tanto o más devastadora, pero antes que los económicos serán los de la convivencia en la pareja. El esnobismo, el orgullo, el amor propio… La traducción de Cristina Genebat, así como la dirección de Selvas y Martínez apuntan hacia esta dirección. Y la verdad es que aciertan.

Finalmente, esta versión sobresale por su acercamiento tragicómico al pesimismo inherente en el texto de Coward. De algún modo, todos los implicados han sabido crear su propia y genuina versión de Vides Privades sin olvidar las premisas del original. Por la puesta en escena, así como por cuatro intérpretes que saben cómo erigirse en estandartes de la tragedia contemporánea a través de la comicidad más rotunda, nos encontramos ante una propuesta muy a tener en cuenta. Por lo que significa y aporta a una cartelera donde la comedia no siempre encuentra justicia y por situar a su autor en primera línea de la actualidad dramatúrgica.

Crítica realizada por Fernando Solla

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