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09.12.2016 Críticas  
De cuando la fortuna no es material

Una persona quizá puede ser pobre en sentido material pero nadar en la ‘abundancia’ si emocionalmente es capaz de ser equilibrada así como mantener una personalidad consecuente a pesar del tiempo y las circunstancias.

Así es la protagonista de LA FORTUNA DE SILVIA, una obra del dramaturgo catalán Josep Mª de Sagarra, y que fue escrita justo después de la Segunda Guerra Mundial en el 1947. En ella se explican los sucesos que transcurren en la vida de esta burguesa en los años 35, 40 y 45, que se corresponden a los tres actos de la obra.

Silvia, venida a menos en su estatus social años antes por culpa de las envidias de su hermana (quien ahora la mantiene, a pesar de la enemistad que existe entre ambas), vive con su hijo pequeño, Abel, que quiere ser escritor y que con su candor y un espíritu libre tiene conquistado a su madre. Su hija mayor, Diana, inicialmente de espíritu bohemio y ciertas inquietudes artísticas, ya no vive en casa aunque la visita con frecuencia. El resto de personajes son una criada y David, amigo de Silvia, aventurero y soñador pero enfadado con la vida, con quien realmente esta se siente a gusto y completamente cómoda para ser quien es.

La fortuna de la que Sagarra nos habla no se trata de su riqueza, pues la ha perdido totalmente y ahora está mantenida primero por su hermana y luego por su hija. Más bien se refiere a la riqueza del espíritu libre que manifiesta Silvia en toda la obra. La abundancia de la que disfruta una mujer que no se preocupa por su entorno, que tiene las cosas claras durante toda su vida y que, al igual que su fallecido marido, y el hijo que antes mencionábamos, deciden no adaptarse a los parámetros establecidos por la sociedad, solo porque así lo impongan o sencillamente porque la mayoría así lo haga. Sagarra nos retrata la vanidad, el orgullo, la hipocresía, la avaricia y un largo etcétera de defectos típicos de cualquier sociedad capitalista. Pero también nos retrata el candor, la sencillez, la lealtad a uno mismo y la claridad de pensamiento que son cualidades que, afortunadamente, también se pueden encontrar. Y a pesar de los cambios en la historia, la de la humanidad, o de nuestra historia personal, Silvia permanece impasible e inamovible en su pensamiento y su actitud hacia la vida a pesar de las amargas experiencias a las que se enfrenta. Esa firmeza de identidad es lo que constituye su fortuna. Esta queda muy bien representada en un precioso vestido de baile que Silvia estrenó en 1910y que guarda con un cariño especial, que acabará llevando en algún momento de cada acto, como metáfora visual de su constante actitud hacia la vida.

La trama pone en evidencia la personalidad latente detrás de la gente de una época y aunque es cierto que hay rasgos comunes entre las personas y las eras, sean del período que sean, hay cosas que sí que quedaron atrás, como bien explica Laura Conejero (quien interpreta a Silvia) en el coloquio posterior a la obra. Esto conlleva la necesidad de preparar bien el personaje y colocarnos en una forma de pensar y una actitud de hace 80 años. Sin embargo, sí es cierto que hay otras actitudes o formas de pensar muy actuales que sí le han servido cuando se representa la vida de hace casi un siglo. Por eso, LA FORTUNA DE SILVIA, se nos hace en ocasiones tan actual.

Añadido a los rasgos comunes, Laura Conejero tuvo que pensar bien en lo que era una mujer de los años 30-40 del siglo pasado, y añadirle la pureza y sencillez del carácter del personaje. Creo que me va a ser muy complicado volver a conocer a otra Silvia mejor que esta, si algún día se repite esta obra. La elegancia que la actriz transmite, junto a la fortaleza interior que queda tan bien reflejada y su claridad de pensamiento crean un conjunto muy difícil de superar. Una interpretación de 10 en la que no sabes si estás viendo a Laura Conejero interpretando a Silvia o a Silvia dentro de Laura Conejero. Pero vamos a ser justos, porque todo el elenco se merece una ovación. Anna Alarcón como Diana, y el giro radical que interpreta a medida que la obra va avanzando es también uno de los platos fuertes de la obra. Albert Baró y Muntsa Alcañiz como hijo y hermana de Silvia respectivamente, dejan la sala en silencio y con el aire contenido en particular cuando ambos se enfrentan. Y la participación de Pep Munné como David y Berta Giraut como la criada, que aparecen en el tercer acto, le dan la nota cómica a este amargo guión.

Tras los actores, audiovisuales y música que le dan aún más fuerza a la ya gran interpretación, un vestuario de época formidable y un escenario en medio del patio de butacas que rompe la cuarta pared para hacer que nos sintamos todos parte presente del comedor de Silvia. Ahí es donde transcurren los tres actos y donde no cambia tampoco ningún mobiliario, otra metáfora de la ‘inadaptación’ a medio y época que Silvia insiste en practicar. Y para hacer que todos los acordes de la orquesta suenen perfectos, Jordi Prat i Coll a la batuta. Me quito el sombrero de la grandeza que ha conseguido desde la sencillez.

Para acabar, una curiosidad y una queja. Tras la función, en el coloquio posterior, pudimos conocer al hijo de Sagarra, quien aparte de ayudarnos a contextualizar la obra junto al director con sus comentarios y recuerdos, nos contó que esta dramaturgia no la escribió en realidad su padre, sino su madre Mercè Devesa, aunque la revisión final fue de Sagarra. Está basada en una historia real de una mujer que conocieron durante el exilio de la familia en Francia. La queja va para el público que asiste al teatro y que no respeta lo que este cuesta de realizar y lo que significa para los que sí amamos este arte. En la dos últimas veces que he estado en el TNC de Barcelona, tanto en la Sala Gran como en la Sala Petita hemos tenido problemas de sonido y no precisamente por culpa del teatro o los actores, sino por el público que se pasa la hora y media o dos horas de la función tosiendo o con los móviles encendidos. Y en todos los casos son personas adultas y algunos bien entrados en años, lo que quiere decir que deben ser asiduos al teatro. Por favor, un respeto por el autor, la obra, el teatro y los actores. Lleven agua si están resfriados y los móviles en silencio. Somos unos cuantos que sí queremos disfrutar de obras maestras como LA FORTUNA DE SILVIA.

Crítica realizada por Diana Limones

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