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28.04.2023 Críticas  
La imaginación y el deseo

Juan Mayorga estrena María Luisa en su primer trabajo como director artístico del Teatro de La Abadía en Madrid y nos plantea un trabajo de texto afinado y poético que se enfría en la dirección. Con el apoyo de un elenco magnífico la obra reflexiona sobre la soledad en la tercera edad para defender el deseo y la fantasía como motor de vida.

María Luisa es una mujer que ha alcanzado esa edad en la que la sociedad asume que el deseo ha muerto. Una mujer mayor y solitaria que ha decidido encontrar los motivos para saltarse las normas y reventar las costuras de la realidad para escándalo de su única amiga. Una transformación vital que arranca de modo inocente cuando el portero de su edificio le recomienda incluir algún nombre adicional en su buzón para que no resulte tan evidente que vive sola. Este evento anodino despertará la imaginación de María Luisa que inventará dos nombres, Emerson Azzopardi y Benito Beckenbauer, a los que se unirá posteriormente Juan Olmedo.

Mayorga nos plantea una vez más ese elemento sugestivo de la palabra como un poder invocador capaz de construir realidades, como hiciera en Golem la temporada pasada. Los tres personajes cobrarán forma y existirán para María Luisa, aunque sus límites se muevan borrosos entre la fantasía y la realidad. Tres hombres con personalidades distintas y complementarias que servirán a la protagonista como excusa para dejar volar su deseo y realizar todo aquello a lo que nunca se atrevió o aquello para lo que nunca encontró motivos.

La propuesta que nos hace Juan Mayorga es entrañable e inspiradora. Aborda la soledad en la vejez con ternura ofreciéndonos una reflexión vitalista en la que nos invita a mantener el deseo y a perseguirlo durante toda nuestra existencia. Los personajes son sólidos y están bien definidos y el trabajo interpretativo de los cinco actores en escena es impecable. Sin embargo, a pesar de estos mimbres algo en el montaje no termina de fluir y el titubeo parece encontrarse en la dirección. La pieza arranca con agilidad, pero por momentos se vuelve densa. Los actores tienen pautas muy marcadas que entorpecen la acción. Son actos repetitivos de voluntad ingenua. Se aprecia el propósito narrativo y su pretensión de reforzar el carácter rutinario de la vida de la protagonista, pero realmente son demasiado sutiles y entorpecen la acción. Por otro lado, el ritmo prácticamente se detiene antes de la resolución de la trama restando luz al momento revelador en el que la protagonista, cual Rey Lear, somete a una prueba de amor a sus tres imaginados compañeros para encontrarse finalmente a sí misma.

No obstante, estas irregularidades en el ritmo no ensombrecen la belleza del texto y el enorme trabajo que hace el elenco. Lola Casamayor, soportando el peso de la trama, nos regala una protagonista pícara, terca, algo despreciativa pero llena de ilusión. A su lado en un papel menor, pero imprescindible para entender a la protagonista, se encuentra magnífica Marisol Rolandi como la inefable Angelines, amiga terrestre, sensanta que se convierte en el cabo en tierra de María Luisa. Paco Ochoa, en el papel del entregado portero que de forma discreta y callada vela por el bienestar de la protagonista, ofrece, como es constante en él, solvencia, naturalidad y profunda credibilidad. Confirma que es uno de esos actores que eleva cualquier producción. Finalmente tres juanes dan vida a los tres fantásticos caballeros Beckenbauer, Azzopardi y Olmedo: Juan Codina, Juan Paños y Juan Vinuesa. Sus papeles se ven lastrados por personajes necesariamente polarizados, sin embargo, los tres logran equilibrar el exceso componiendo singularidades que abandonan el estereotipo componiendo tres interpretaciones imaginativas repletas de humor.

Una cita aparte merece la casi desnuda escenografía que diseña Alessio Meloni para este montaje. La propuesta sorprende por la absoluta neutralidad tanto en los tonos como en sus elementos, profundamente anodinos. Nada impresiona, inspira o sobrecoge salvo un inmenso árbol que gravita invertido sobre el escenario con su frondosa copa mirando al suelo. Su presencia aporta un elemento fantástico y poético cuya simbología, aunque parece querer deducirse, no acaba de resultar evidente.

María Luisa es un retrato social con ecos de realismo mágico. Una historia aparentemente pequeña, cotidiana y muy reconocible, que encuentra en los caminos de la fantasía su resolución. María Luisa, iluminada por los ojos de Lola Casamayor, nos enseña que el deseo perdura en cualquier momento de nuestra vida y a veces solo necesitamos encontrar el motivo para lanzarnos a perseguirlo.

Crítica realizada por Diana Rivera

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