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01.08.2017 Críticas  
Las mujeres de la guerra

No hay mejor forma de disfrutar el Grec Festival, que con una tragedia griega en el Teatre Grec de Barcelona. Las Troyanas de Eurípides son las figuras mitológicas elegidas por Carme Portaceli (con versión y traducción de Alberto Conejero) para hacernos revivir las historias de La Ilíada y La Odisea una vez más.

En un escenario sembrado de muertos al final de la guerra de Troya, Taltibio (genialmente interpretado en un registro muy particular por Ernesto Alterio) desciende por las escaleras del Teatre Grec, entre el público, para contarnos sus memorias. No es más que un perro mensajero de los griegos que viene a cumplir con las condenas impuestas a las mujeres supervivientes de la cuidad y darles a conocer su destino. Tiene la necesidad de contarnos su crónica, porque «un hombre no es realmente libre hasta que no cuenta la verdad sobre sí mismo». Y mientras él habla, aparecen en escena seis de las mujeres que han sido sorteadas para convertirse en esclavas, amantes o esposas del enemigo.

Así, una a una, van contando lo que queda de sus tristes y desgarradoras vidas, lo que han perdido, lo que han visto, lo que han sufrido, alguna resignada a su fatalidad, alguna planeando enloquecida su venganza, alguna oponiéndose a la realidad… pero todas víctimas de las calamidades y devastaciones de la guerra.

Troyanas quiere dar voz a estas mujeres. No solo después de la guerra. No solo después de la caída de la mítica Troya. Sino que en el nombre de Hécuba, Casandra, Andrómaca, Políxena, Briseida y Helena ha querido dar voz a los millones de mujeres que no la tienen ni la han tenido a lo largo de la Historia de la humanidad. Mujeres violadas, ultrajadas, maltratadas, a las que se les falta el respeto, ya sea en periodo de guerra o de paz. Y una vez estas mujeres hayan hablado, hayan contado su vida, su realidad, estaremos en posición de juzgar sus hechos y sus acciones, si es que mereciesen ese juicio.

Para darles esa voz, Portaceli se ha rodeado de un plantel de actrices que demuestran su inmenso talento para la tragedia y la dramatización. Aitana Sánchez-Gijón se mete en la piel de la reina Hécuba, mujer de Príamo y madre de una larga lista de hijos que han ido muriendo mientras ocurría la guerra. Ahora su dolor se ve incrementado cuando tiene que ver partir y morir a sus hijas, que es lo único que le queda. La actriz nos entrega una de las interpretaciones más dolorosas (con una dicción que bien nos recuerda a la gran Nuria Espert) y sus aullidos se acentúan con los ecos de las mujeres que con ella están. Cada una de las mujeres, a modo de monólogo, relata su historia, su tormento, su aflicción. Las intervenciones de Aitana, junto a la fuerza e indiscutible seguridad en escena de Míriam Iscla en el papel de Casandra y Gabriela Flores como la destrozada nuera de Hécuba, viuda de su hijo Héctor y madre del niño que los griegos van a asesinar, son los pilares de esta obra que mantiene de principio a fin un tono sobrecogedor. Maggie Civantos, en el papel de Helena, en su intervención final, es posiblemente la que menos nos conmueva y a la que le falte un esfuerzo extra para estar a la altura de la función.

Para redondear su creación, la directora ha contado con imágenes de guerra actual, a través de los vídeos de Arnau Oriol sobre la escenografía de Paco Azorín y un espacio sonoro excelente a cargo de Jordi Collet y algunas intervenciones cantadas por Alba Flores quien interpreta a Políxena, la hija de Hécuba y la musa de la función.

Y para hacerlo más nuestro, más actual, se mezcla teatro con pinceladas de danza contemporánea con la coreografía de Ferran Carvajal que los actores ejecutan de forma impecable.

Troyanas nos enfrenta al hecho de que a lo largo de la Historia, el hombre no ha cambiado. La guerra es la guerra, en la mitología o en la realidad. Los daños que se sufren son reales, terribles, irreparables, aunque no aprendamos de ello. Y que, por norma general, las que siempre han tenido aún más que perder son las mujeres, esposas, madres, vecinas, amigas y un largo etcétera que la mayoría de veces no tienen siquiera opción a
repercusión.

Es de agradecer el reconocimiento que esta obra le da a todas esas mujeres. Y es de agradecer que sea a través de una disciplina tan apreciada y valorada (aunque a veces sea por una minoría) como es el teatro.

El Grec se salda con un punto más a su favor, un año más, por apuestas como estas que se quedan impregnadas en tu mente, en tu oído y en tu retina.

Crítica realizada por Diana Limones

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