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21.11.2016 Críticas  
La lucidez de la imaginación ante la ausencia de sentido vital

Eugène Ionesco regresa a nuestra cartelera y encuentra un cálido hogar en el Teatre Akadèmia. Dirigido por Glòria Balañà i Altimira, nos encontramos ante un pequeño gran montaje que, en manos de una pareja protagonista en estado de gracia, consigue reflejar toda la inmensidad tanto del autor como del género al completo.

Servido con una excelente traducción de Joan Tarrida, capaz de reproducir en lengua catalana toda la complejidad alegórica del original, así como sus juegos y particiones silábicas características, la cadencia de Ionesco se trasmite perfectamente. Su trabajo luce todavía más en manos de Carles Martínez y Míriam Alamany, con una dicción maravillosa siempre en consonancia con el movimiento en escena. Su compenetración es absolutamente cómplice. Total.

El vestuario de Mariel Soria, del mismo modo como la caracterización de Toni Santos, nos remontan a un presente-pasado inmediatos. La atemporalidad no es algo ni explícito ni implícito, sino un estado, también mostrado a través de la indumentaria. Quizá este aspecto es que termina de evidenciar la necesidad del acto teatral, de representación (imprescindible en el juego escénico). La necesidad de la ficción y, por tanto, del teatro. La función se desarrollará a través de una gran escena que no es más que eso, una representación. De lo absurdo. De lo único. De la nada y el vacío existencial. El cambio del estilo del vestuario para el personaje del orador (Martí Atance) es mucho más aséptico, como su naturaleza elocutiva.

La escenografía e iluminación de Alberto Merino resultan estéticamente tan hermosas como herederas de la propuesta dramatúrgica. Del vacío y oscuro inicio en el que conoceremos a los personajes hasta la memorable escena de la aparición de las sillas, alegoría de los personajes adorados. De los visitantes ausentes. La utilización de la galería de la sala, así como el uso y efecto de las cortinas y la moqueta son tan efectivas como cautivadoras. Merino se muestra, de este modo, cómplice de Lipi Hernández, favoreciendo que su asesoramiento en el movimiento tenga el espacio necesario para desarrollarse. Pura coreografía figurativa que la pareja protagonista ejecuta a la perfección.

Uno de los puntales básicos para que la función adquiera semejantes resonancias alegóricas es el delicado y preciso espacio sonoro de Àlex Polls. Desde la selección sinfónica que viste el desfile invisible de figurantes o personajes invitados hasta las reminiscencias acuáticas que contextualizan y circunscriben el espacio donde se desarrolla esta no tan absurda situación el efecto y amplificación de la épica interior de la pareja protagonista es más que remarcable. Además de a nivel estético, su labor amplifica la sensación de mecerse a la deriva a través del tiempo. De la vida.

El nivel interpretativo es de lo mejor que hemos visto en mucho tiempo. La capacidad para transmitir tanto a partir de las réplicas como de los silencios y miradas es tan divertida como emocionante. La empatía invade escenario y platea desde el primer momento. Imposible apartar la mirada del rostro de Míriam Alamany, convertida en retrato vivo y constante del vacío existencial y capaz de definir por sí sola la naturaleza del teatro del absurdo. Lo mismo Carles Martínez, quizá algo más terrenal pero igualmente alegórico de un estado de ánimo y de un género complicado pero, gracias a trabajos como el suyo, celebradísimo. El momento en el que llenan el espacio escénico de sillas es antológico. Reiremos y lloraremos, alegres y desconsolados a la vez. Por todo y por nada. A la vez. Señoras y señores, la esencia de un estilo y un autor corporeizada en estos dos profesionales. Para el recuerdo. La maestría y sencillez con la que ambos se mueven e interactúan con lo invisible (con sus sueños) a modo de mutis elocuente e irrepetible queda ya para el recuerdo. Grandísimas interpretaciones, que encuentran su contrapunto en un acertado Martí Atance.

¿Hablamos de nada cuando hablamos de sueños? O ¿es al contrario, que ahí está TODO? La dirección de Balañà es de una gran sensibilidad. La coherencia y alineación con el la voluntad y el estilo del autor son inapelables. Capaz en todo momento de anteponer la soledad connatural al ser humano así como su veneración de símbolos sociales cuya ideología resulta vacía, claves para entender a Ionesco, Balañà no renunciará a aportar su particular visión del asunto a través, principalmente del personaje del orador. A partir de una excelente dirección de actores, veremos cómo la inquietud metafísica puede combinarse con un amargo y escéptico sentido del humor sin olvidarse de la plasmación de las ideas a partir de un sentido helénico de la tragedia.

Espectacular trabajo que, sin duda, merece disfrutarse en directo. La calidad de la experiencia que supone ocupar una de LES CADIRES no puede explicarse con palabras y sí con la asistencia al Akadèmia.

Crítica realizada por Fernando Solla

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