novedades
 SEARCH   
 
 

09.08.2016 Críticas  
Entre el vodevil y la reformulación de la tragedia clásica

El Grec 2016 nos ha ofrecido la posibilidad de asistir al estreno del último texto de David Plana. El BON PARE, que retomará funciones en el Teatre Borràs a partir de septiembre, presenta a cuatro personajes zambullidos en el océano reflexivo, entre el naufragio y la deriva, de la sumisión y la abstracción ante los patrones actuales de organización familiar y profesional.

El autor se ha encargado también de la dirección de la obra, focalizando su trabajo en dos ideas básicas sobre las que ha planteado el acercamiento a su propio material de partida. En primer lugar, la desdramatización de algunos asuntos que, vistos desde otro prisma, podrían dotar de un matiz trágico a la obra. Además, ha tensado los límites del realismo manifiesto durante gran parte de la obra con algunos elementos extremos en la dirección de intérpretes y en la construcción de personajes. Verismo para mostrar la caída del idealismo, de un mundo creado de espaldas a la realidad y su desmoronamiento.

A nivel escenográfico, EL BON PARE funciona francamente bien. Sebastià Brossa nos sitúa en la planta baja de la vivienda del protagonista, reflejo de la construcción de entorno o contexto personal y laboral, que hasta el momento parecía perfecto. Muy conseguida la diferenciación de espacio entre lo que sucede dentro y fuera (más importante de lo que parece a primera vista) y especialmente acertada la plataforma ligeramente elevada que encabeza el decorado, desde donde el alcalde en que se ha convertido Lluís Soler parece controlarlo todo.

El vestuario de Montse Alacuart sigue esta línea naturalista y sin estridencias que formatea la función, salvo en el caso de la hija interpretada por Georgina Latre que, en algunos momentos confunde en su caracterización estrepitosamente oxigenada (nada que ver con su interpretación). El contraste del trabajo de Brossa es de nuevo palpable con el diseño sonoro de Dani Ferrer. Detalles como que oigamos lo que los personajes se dicen a través del interfono no desentonarían tanto si aportaran información que luego no esté incluida en los diálogos. No es así, y el contexto realista quedará aquí contradicho. A nivel figurativo, sí que resulta un acierto que los intérpretes se estiren secuencialmente sobre un sofá en posiciones que recuerdan a estatuas clásicas, contraponiendo el equilibrio armonioso de las formas con la caída que se avecina durante la función.

Algo parecido sucede con la dirección de actores. Soler realiza una admirable composición de su personaje. Vemos su desarrollo, en este caso su declive. El actor transmite el impacto necesario y facilita tanto la variante dramática como la cómica. Su voz es su gran aliada, pero el artista no esconde sus registros tras ella y va un paso más allá. Teresa Vallicrosa, a su vez, es un torbellino de energía que encamina su interpretación hacia los registros más cómicos. El problema no es su labor, sino la desincronización de su tempo con el del resto de personajes. El desarrollo del suyo no nos permite vez que esta peculiaridad sea un rasgo de su carácter, algo que suponemos era la idea inicial de Plana. Tanto en Jaume Madaula como en Georgina Latre reconocemos los dilemas a los que se someten sus personajes con naturalidad y progresión. En el caso del primero, despista la infantilización de algunos momentos con la brutalidad de otros. De nuevo, la inverosimilitud no resulta tanto de por labor sino de la incapacidad del texto de demostrar esa progresión.

La paradoja constante quedará finalmente en anécdota y la acción avanzará a golpe de diálogo y no a partir del desarrollo de las premisas propuestas inicialmente. La novedad no es tanto la actualidad de lo que se debate (por sí sola, esta contemporaneidad no resulta dramáticamente novedosa y a fuerza del uso ha perdido su interés o provocación al convertirse en contenido). La magnitud trágica no es tal ya que la alegoría de la caída se desdramatiza en exceso y para llegar a ser una comedia vodevilesca el ritmo todavía no es el adecuado. El contraste no funciona como antítesis o como recurso dramático sino más bien como contradicción. Y el extrañamiento, no tanto ante lo que sucede en escena sino hacia la semiótica del género, provoca que el desconcierto desoriente al espectador, empañando la capacidad sugestiva de los diálogos de Plana y de la labor de los intérpretes, especialmente del protagonista.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES