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27.10.2023 Críticas  
Por mí y por todas mis compañeras

El colectivo feminista que hoy conocemos como Las Sinsombrero (y el Lyceum Club, y el Círculo Sáfico) fue doblemente damnificado por la Guerra Civil Española. Primero el Franquismo las borró de la historia. Y después, en Democracia, fueron ninguneadas por sus compañeros de exilio. El Teatre Akadèmia de Barcelona presenta el musical Victorina que reivindica sus nombres y sus vidas.

Victorina Durán. Catedrática de Indumentaria y Escenografía. Pintora de la Real Academia de San Fernando, en la misma promoción que Dalí y Maruja Mallo. Discípula de Julio Romero de Torres y Valle-Inclán. Directora, durante el exilio, del Teatro Colón de Buenos Aires. Lesbiana declarada. Amiga de Lorca y de Margarita Xirgu. Su vida y sus logros, su categoría artística y su relevancia social, deberían hacer que su nombre nos sonara tanto como el de los Buñuel, los Alberti o los Gómez de la Serna. Pero el patriarcado al parecer no entendía de derechas y de izquierdas y, como tantas otras, fue «desaparecida» del relato oficial de la Generación del 27.

Consciente de estos vacíos en nuestra Historia, en la que falta el 50% de la ecuación, la dramaturga Eva Hibernia ha escrito Victorina, un musical para dos actrices que recoge la vida y sobre todo el entorno de Victorina Durán. La vida, reconstruida a partir de un rastro de objetos (como ella misma evoca en sus memorias), y el entorno porque aunque la generosa escenógrafa está en el centro, no quiere contarse sin contar también a las que la rodearon.

El texto, lleno de capas y de formas teatrales diversas (del clown al cuplé, de la revista a la ópera, del drama al sainete), ha sido explorado a fondo por el director Marc Vilavella y lo ejecutan en escena dos actrices versátiles y muy bien compenetradas, Silvia Marsó como Victorina y Gracia Fernández como Querubín. Silvia es la elección perfecta para interpretar a una mujer tan viva, alegre e inquieta como Victorina Duran. Brilla en todos los retos que le plantea el texto, jugando, descubriendo y arrollando con una personalidad cálida y expansiva, y en lo musical, destaca sobremanera en las secciones más líricas de la partitura. A su lado, el Querubín de Gracia es entrañable, inocente y real, versátil y lleno de posibilidades, quien inicia el camino cuando Victorina ya lo ha recorrido. Ambas criaturas comparten algo vital y coinciden en la frontera entre la existencia y el recuerdo.

Igual que es esencial para la obra el laberinto de objetos que aparecen en escena, lo son las ropas con las que se visten y travisten las actrices, y con las que invocan a otros espíritus, o la luz que divide, realza o transforma el espacio y el tiempo. Los créditos de escenografía, vestuario e iluminación y vestuario de Victorina son compartidos por Jessica Sibina, Quim Algora y Jordi Bulbena, con la caracterización en manos de Sergio Satanassa y la coreografía de movimientos y objetos a cargo de Teresa G. Valenzuela y Marta Asamar.

El otro paisaje sensorial, el musical, lo comparten el espacio sonoro que construye Ferran Peig y la partitura de Gustavo Llull (que interpreta al piano en directo junto a Laia Martí o Patricia Torres, alternativamente, a la viola). Las canciones de la época basculan entre temas marco casi diegéticos (una «pulga», un Gershwin) que nos transportan al momento, y canciones compuestas por el propio Llull con un caracter distinto, más propio del musical moderno, de caracter introspectivo y emotivo.

El trabajo de investigación, en Victorina, va a la par con el trabajo interpretativo, y en realidad en todas las disciplinas y artesanías teatrales. Dos actrices fenomenales, carismáticas y entregadas, un director que entiende el proyecto y un texto potente, necesario y efusivo convierten este espectáculo de La Barni en uno de los grandes montajes de 2023, y uno que esperemos se pueda ver por toda España. Por ella, por Victorina Durán, y por todas sus compañeras.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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