novedades
 SEARCH   
 
 

17.03.2023 Críticas  
Al pasar la barca

La Sala Mirador de Madrid programa el último proyecto de AlmaViva Teatro, Muelle Oeste de Bernard-Marie Koltès, continuando «su labor de trasladar al público una perspectiva política social a través del teatro».

Mauricio Koch (Juanma Navas) llega en su coche de alta gama, conducido por Mónica Pons (Teresa Alonso) a un hangar desde el que coger ese ferry que le hará llegar a ese otro lado donde no tiene que dar cuenta de dónde han ido a parar los millones de la empresa, ni los suyos, ni vestir los zapatos que le eligen. Abad (David Ortega), aka Negro, es Caronte, y a la vez Cancerbero junto a los marginales Fak (Moisés Chic) y Charlie (José Gonçalo Pais). Clara (Paula Susavila), la hermana de Charlie, junto a su madre Cecilia (Natalia Rodríguez) y el avejentado padre, Rodolfo (Samuel Blanco) completan este descenso a las orillas de una laguna Estigia que es a la vez un lugar, un estado mental, y un estado no-muerto.

César Barló dirige este texto de Koltès, acompañando a su elenco en este viaje de locura y decadencia, en lo que es es una función ansiosa, intrépida y kamikaze; el dilema de cada uno de los personajes se solapa con el anterior y da forma a una nueva problemática a la que deben hacer frente. Las actrices y los actores transitan por un lodazal tóxico y oscuro, en un no-lugar, donde se encuentran hundidos hasta las rodillas, y cualquier intento de liberarse implica perder algo, ya sea un zapato, un Rolex, o el nombre con el que uno llegó.

Muelle Oeste es el borde de la teoría terraplanista, el abismo al que uno cae para no volver, o por desgracia, vuelve a caer en el mismo lugar, como un agujero de gusano que les defeca en la misma inmundicia de la que pretenden escapar. El movimiento escénico que plantea Barló se extiende más allá de la excelente propuesta de espacio de Juan Sebastián, el patio de butacas, las escaleras, los pasillos de acceso, la trasera de la platea. Uno no sabe por dónde va a surgir la acción, creando una sensación de hipervigilancia como la que uno sentiría en ese hangar o cualquier lugar indeseado.

Las «bestias» Paula Susavila y Moisés Chic están magníficos en su terrible juego de seducción y/o dominación, donde no hay siquiera un juego del gato y el ratón porque ambos son dos ratones intentando medrar. Juanma Navas como detonante de toda la acción es toda una presencia en la escena, con una entonación e interpretación de depredador herido que solo da la experiencia. Teresa Alonso en su monólogo de presentación y la candidez peligrosa de los personajes de Natalia Rodríguez y Samuel Blanco, demuestran una gran labor de dirección; como es la presencia amenazadora de David Ortega. José Gonçalo Pais y su interpretación ejemplifica todo lo que representa el Muelle Oeste: lo marginal, el peligro, la ignorancia y la conciencia de clase. Es imposible no sentirse abrumado por su tartamudeo intermitente, su presencia constante, aun sin estar en escena, y lo imprevisible de su carácter; su trabajo parece sacado de la mente de Eloy de la Iglesia o del universo chapero de Pasolini.

Muelle Oeste es una propuesta difícil, hipnótica, muy exigente, que consigue imbuir de esa sensación de desaliento, de inevitabilidad y de no-future. El mundo en crisis y la decadencia de 1986 es muy parecido al desamparo y el averiado ascensor social de la actualidad, donde todos los días tenemos el sentimiento de ser el meme de dos ratas luchando por un churro, con música de Linkin Park de fondo. Ojalá llegue el día en que a Mauricio Koch se lo comiesen en el Muelle Oeste, y que eso solo fuese el comienzo del cambio de paradigma y el fin de la desigualdad social.

Crítica realizada por Ismael Lomana

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES