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17.10.2022 Críticas  
La belleza del silencio planea mientras Portillo actúa

El Teatre Nacional de Catalunya en Barcelona presenta uno de los montajes más esperados de la temporada: Silencio. Un monologo intenso sobre el poder del silencio escrito y dirigido por Juan Mayorga e interpretado por la inconmensurable Blanca Portillo.

En el año 2019, Juan Mayorga ingresaba como académico en la Real Academia Española. Su discurso versó sobre el Silencio. Un discurso que estuvo repleto de teatro pero, sobretodo, estuvo repleto de amor al lenguaje. Ahora, el autor nos presenta este discurso sobre las tablas del TNC en forma de monólogo. Efectivamente, no es el mismo discurso que el autor expuso en el 2019, sino que ha sufrido alguna que otra variación a bien de teatralizarlo y exponerlo al público.

Para crear este juego teatral, el dramaturgo le pide a una actriz que lo pronuncie por él. Una actriz que lleva 8 años sin pisar escenario y que acepta formar parte de esta recreación transformándose en la recreación del autor. Bajo un traje que le queda enorme, que la atrapa y del que irá desprendiéndose a medida que el discurso avance, la actriz se dejará llevar por el poder del escenario y, sobretodo, por el poder de los silencios.

Partiendo de la base que tener a Mayorga y a Portillo en un mismo cartel es sinónimo de éxito, Silencio se convierte en un must que debemos disfrutar.

Desde un principio, Blanca Portillo despliega su versatilidad de una forma orgánica y cambiante. Iniciando muy seria y comprometida un discurso en el que se mete en la piel del autor homenajeado, la actriz encara, hoja tras hoja, este reto que la llevará a trascender a una zona gris que la exasperará y nos revelará situaciones ocultas de lo que está ocurriendo en escena. Un viaje constante que transita por diferentes momentos en los que la actriz se detiene e inunda la escena soltando su bis más desenfadada para acabar sentando un precedente interpretativo magistral tras una retahíla de ejemplos teatrales donde el silencio es más que palabra.

Para ello, Portillo no duda en «destrozar» la escenografía creada por Elisa Sanz y utilizarla a su antojo, llevándonos por grandes momentos de la escena teatral y la literatura de nuestro país. Continuos cambios que demandará al iluminador y al técnico de sonido de la sala para poder desplegar una infinidad de situaciones y creaciones que la llevará a enfundarse un sin fin de personajes. Desde la Poncia de Bernarda Alba, al Segismundo de La Vida es Sueño, pasando por Sancho Panza a los personajes de Beckett. Todo para ensalzar el poder de los silencios. Unos silencios que dicen más de lo que parecen y que, como ella misma explica, pueden entenderse de muchas maneras. Solo hay que escucharlos.

Dicha obra es un caramelito disfrutable con el que exponerse, expandirse y dejarse llevar hasta decir basta. Un texto difícil de llevar a cabo (algo innegable) entre la constante mutación de personajes que la actriz lleva a cabo de una forma impecable. Pocas actrices consiguen que el público la persiga con la mirada de forma incansable durante un monólogo de casi 1 hora y 30 minutos de duración. Ella, magnética para el espectador, les ofrece toda una masterclass teatral que les deja con sed de más.

Silencio es un texto que le ofrece a Blanca Portillo un gran juego actoral a la par que escénico. Aunque el espectador debe participar activamente en su escucha, el monólogo se presta interesante y cala en las emociones que la misma actriz no duda en entregar en escena. No siempre las palabras ayudan a entender la escena. Sobretodo, lo hacen los silencios.

Crítica realizada por Norman Marsà

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