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08.07.2022 Críticas  
Pase, tiro y canasta

Los Teatros del Canal de Madrid terminan la temporada acogiendo el estreno absoluto de Jamás caer vivos (Run), un texto y dirección de José Padilla, con un acertado casting, en el que se incrustan desde hoy y hasta los griegos el deporte y la política, los derechos humanos y las corruptelas del poder.

Los conflictos en el campo de juego, en la cancha, en el ring, en la hierba o en la pista de arena se viven con una intensidad tal que parece que nos estamos jugando la vida en ellos. Desde el salón de nuestras casas, al otro lado del televisor, o en las gradas, como testigos en primera línea, gritamos y nos exaltamos sintiéndolo todo por los colores de nuestro equipo o la bandera de nuestra selección nacional. Sin embargo, en muchas ocasiones hay algo oscuro. Tras los colores, los grandes nombres y los resultados se esconden en muchas ocasiones intereses políticos y económicos que determinan tanto lo que allí ocurre como el sentido que aquello tiene.

Ese es el propósito de José Padilla, trasladarnos hasta el otro lado y descubrirnos cómo lo que suponíamos ejemplar y aspiracional ha sido utilizado por gobiernos y empresarios, da igual de qué parte del mundo, para llenar sus bolsillos, ejercer su poder y mantenerse en los despachos desde los que han seguido tiranizando a millones de personas. Asunto que no es nuevo, es intrínseco al ser humano y ha generado y condicionado multitud de guerras desde el principio de los tiempos.

De ahí que Padilla evoque en el inicio de la representación determinados pasajes de coordenadas clásicas para hacernos ver que a pesar de cuanto hemos evolucionado, hay algo que siempre ha formado parte de nosotros y no es el deseo de victoria, sino el ánimo de vencer y derrotar. A partir de ahí nos lleva a través de distintos actos a situaciones reales que se han vivido en la NBA o en los Juegos Olímpicos, a lugares como Hong-Kong o un punto indeterminado de la Rusia actual, al fragor del último minuto de un partido o a la suposición de la oscuridad de una celda. En definitiva, mostrar que tras las luces está el horror de la falta de derechos y las múltiples formas violentas en que esto puede concretarse.

Un ánimo ambicioso que fragua en nuestras cabezas cuando Jamás caer vivos entra de lleno en su último cuarto, de los cuatro en que está estructurada, como si se tratara de un partido de baloncesto. Hasta entonces su evolución no siempre se percibe definida y cuesta precisar qué pretende contarnos más allá de la obviedad textual. Asunto argumental que queda parcialmente compensado por una acertado diseño y uso de todo lo técnico, la escenografía de Eduardo Moreno, la iluminación de Pau Fullana y el sonido de Sandra Vicente.

Pero el elemento realmente potente de Run son sus intérpretes. En ellos recae el peso de enganchar y mantener la atención del público. Reto del que Pablo Béjar, David Castillo, Silvia de Pé, Zaira Montes, Almudena Puyo y Lucía Trentini salen más que airosos. Conjugan muy satisfactoriamente el tono alto en que son mantenidos a lo largo de toda la función, los cambios de registro y la energía que han de derrochar para aunar intermitentemente lo coral con lo individual. Dinamismo en el que se ven apoyados por el vestuario de Vanessa Actif y el movimiento asesorado por José Juan Rodríguez.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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