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19.11.2021 Críticas  
Unas bragas para el teatro y otras para la vida

Se ha hecho esperar, pero finalmente Eva contra Eva, la adaptación a las tablas dirigida por Silvia Munt del guión cinematográfico de Eva al desnudo, ha llegado al Teatro Reina Victoria de Madrid con un elenco encabezado por la siempre eficaz Ana Belén.

«Abróchense los cinturones. Esta va a ser una noche movidita» es una de las afirmaciones más gloriosas que nos ha regalado el séptimo arte. A partir de una historia corta de Mary Orr, Joseph L. Mankiewicz le dio a Bette Davis algunas de las sentencias más ácidas y corrosivas que se hayan escuchado en la gran pantalla. Palabras que a ella la consolidaron como la gran actriz que ya era y que a él mismo le valieron el Oscar al mejor guión en 1951 por esta historia en la que una actriz consagrada se ve parasitada por una aspirante con aire de mosquita muerta al tiempo que se enfrenta con los riesgos que conlleva la edad y mezclar amor y trabajo en un sector tan hedonista y despiadado con su gente como es el de la interpretación.

Una historia eterna, atemporal, y bien trazada desde el principio hasta el final, y que en esta época de filtros, likes, poses y selfies en que la vanidad se ha desbordado, nos suena a todos. A unos por ver cómo no conseguimos ni tenemos seguidores que nos adulen. Y a otros por el temor de perder a los suyos al no darles cada día el aún más que les exigen. Afortunadamente, la adaptación que Pau Miró ha realizado del texto se mantiene en su época, en los años 50 del pasado siglo, pero de alguna manera, esta marea en la que estamos inmersos nos da un prisma más con el que acercarnos a las vicisitudes entre una actriz consagrada y otra novata deseosa de superar su primer casting.

Una suerte de meta teatro con el que juega el propio montaje, ¿se sentirá Ana Belén como Eva? ¿No hay otra manera de destacar más que vampirizando a las generaciones anteriores? Desconozco si quien reinara en La corte del faraón, habitara en La casa de Bernarda Alba, fuera presa de La pasión turca o hasta hace días alternara con Lluís Homar como Antonio y Cleopatra tiene motivos para quejarse de si le llegan o no propuestas que le gusten o que considera merecer, pero su saber hacer sobre un escenario está fuera de toda duda.

No creo que el destino la lleve a poner un anuncio en prensa como llegó a hacer Bette Davis buscando trabajo, pero si así fuera, esto señalaría que de este lado somos tontos. Sus muchas horas frente a la cámara y frente al público hacen que sepa responder tonal, verbal, gestual y corporalmente a cuanto se demanda de ella. Si algo se le puede achacar es que en algunas escenas su capacidad está por encima de la dirección de Silvia Munt, encargada de no dejar de moldear, marcar y guiar su actuación ni un solo instante.

Algo de lo que adolecen también los trabajos de Javier Albalá, Manuel Morón y Ana Goya, extraordinarios secundarios, junto con la más novel Mel Salvatierra. Aún así, sucede como en el cine clásico. Son profesionales de la actuación, capaces de dar con el enfoque adecuado y las coordenadas exactas para proporcionar a sus personajes el brillo y la profundidad que necesitan para hipnotizar a un público que no solo asiste a la ilusión de una ficción, sino también a la finura de su capacidad interpretativa. Algo que permite que las casi dos horas de función se desarrollen con fluidez, con sus apuntes cómicos y sus justas derivas melodramáticas, y dejando claro que en el cine y en el teatro, como en la vida hay tantas luces y aplausos como miserias y trapos sucios.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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