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29.10.2021 Críticas  
Una ópera de concienciación coral

War Requiem, obra de Benjamin Britten, llega al Gran Teatre del Liceu de Barcelona con una propuesta escénica firmada por Daniel Kramer junto a la mirada del fotógrafo y artista visual Wolfgang Tillmans. Después de estrenarse en 2018 en la English National Opera de Londres, la excelente producción llega por primera vez a nuestro país.

En 1961 Benjamin Britten recibió el encargo de escribir una pieza con motivo de la nueva consagración de la Catedral de Coventry, destruida por los bombarderos alemanes durante los ataques aéreos de Hitler contra Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Un año más tarde, la catedral todavía estaba derribada y la idea era construirla de nuevo. Por ello, Britten presentó una pieza que simbolizaba la victoria los valores de la paz y la reconciliación sobre los de la guerra y la destrucción; así nació War Requiem.
Britten fue más allá de lo que le pidieron y creó una compleja partitura -escrita para orquesta sinfónica, orquesta de cámara, coro mixto, coro infantil y tres voces solistas-, con la inclusión en el texto de un ciclo de nueve poemas escritos por Wilfred Owen. La intercalación de estos poemas, que cantan las dos voces masculinas (el tenor representa un soldado Inglés; el barítono, un soldado Alemán), consiguió dar a War Requiem una dimensión especial que, en la propuesta que nos presentan Daniel Kramer y Wolfgang Tillmans, acaba ofreciendo un profundo mensaje ecologista. Sobre un fondo negro, la producción nos hace reflexionar sobre las guerras, la humanidad y la importancia de un retorno del hombre a la naturaleza.

War Requiem es, sencillamente, una ópera compleja. No solo musicalmente, donde el compositor decidió dotar de una gran (y acertada) presencia al los tres coros participantes (masculino, femenino y de voces blancas); sino también en el juego escénico. En él, no cesa de jugar con el vídeo cuyos mensajes subliminales nos hacen pensar, la iluminación creada por Charles Balfour, o los hipnóticos movimientos escénicos de los coros cuya coreografía, creada por Ann Yee, los mueve con la perfección de un ejercito en pleno lucimiento. Un juego a varias bandas que nos embelesa en una ópera distinta y arriesgada.

Aunque la ópera presenta un total de 3 cantantes principales (una soprano, un tenor y un barítono), el peso real de War Requiem lo llevan los coros; quienes se convierten en los excelentes protagonistas de una función llena de propaganda. Las funciones del Liceu cuentan con la participación del Coro del Gran Teatre del Liceu (dirigido por Pablo Assante) y con el coro infantil VEUS de Granollers. Una acertadísima decisión que hace que disfrutemos de un equipo de profesionales que, usualmente, suelen quedar relegados tras los personajes principales de las óperas. Es un auténtico lujo poder disfrutar de las grandes y perfectas voces de dos coros que nos dejan extasiados en cada interpretación. A destacar el alto nivel interpretativo del coro VEUS de Granollers. La conjunción de voces adultas con voces blancas nos trasladan a un éxtasis idílico donde el hombre deja de ser hombre para ser parte de la naturaleza.

Por otro lado, como en toda ópera, encontramos momentos más líricos que necesitan recaer sobre un personaje principal que explique la historia desde un punto de vista más delicado. Así, disfrutamos de la experimentada participación de la soprano Tatiana Pavlovskaya, el tenor Mark Padmore y el barítono Matthias Goerne; quienes nos ofrecen una interpretación exquisita sin colapsar la escena y, ofreciendo siempre, el foco protagonista al coro.

Todos ellos se complementan extraordinariamente con la Orquesta Sinfónica del Teatre del Liceu, dirigida por el maestro Josep Pons, la cual disfrutamos al completo y fuera de su foso. Esta vez, el Liceu ha decidido apostar por poner disponer de toda la orquesta al completo y tenerla a simple vista del público, eliminando la dos primeras filas de la platea. Una decisión muy acertada en una ópera cuya presencia musical es exquisita.
La partitura está repleta de grandes momentos musicales y Josep Pons los encara bajo una dirección enérgica y rigurosa pero acentuando, a su vez, la fragilidad de la composición. Una orquesta que, claramente, forma parte del espectáculo y que se lleva el protagonismo y los vítores del final de la función.

Crítica realizada por Norman Marsà

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