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20.09.2021 Críticas  
Cuando empiezo a sudar, paro

Ha regresado a Madrid uno de los fenómenos teatrales de los últimos tiempos, A.K.A. (Also Known As). El montaje se estrenó en una pequeña sala de Barcelona y actualmente se representa sobre las tablas del Teatro Quique San Francisco precedido de un notable y merecido éxito.

Cuando una se acerca al teatro Quique San Francisco a ver A.K.A. va con muchas expectativas porque esta obra no ha parado de cosechar triunfos desde que se estrenó en marzo de 2018 en la pequeña sala Flyhard de Barcelona y, afortunadamente, todas ellas se han cumplido con creces. Había leído tantas maravillas que temía que no se correspondiera con la realidad pero, al contrario, una vez disfrutada puedo asegurar que será de lo mejor que vea en esta temporada teatral que acaba de arrancar. Y es que el estupendo texto de Daniel J. Meyer es directo y dinámico, la dirección de Montse Rodríguez Clusella es sencillamente maravillosa y la actuación de Lluís Febrer desborda talento por los cuatro costados. ¿Qué más se puede pedir?

Es la historia, en forma de monólogo, de Carlos, un chico de 15 años de origen árabe adoptado por una familia española y que siempre viste una sudadera con capucha para no exponerse a mofas por su “pelo de moro”. Él insiste en que no es moro, ni siquiera sabe hablar árabe, y que es español como el que más pero, sin embargo, acude a algún tipo de terapia grupal para trabajar sus posibles problemas de afinidad. Dejando de lado todo esto, la vida de Carlos es como la de cualquier otro adolescente normal que llena todo con sus ganas de comerse el mundo. Somos testigos de su incertidumbre, de su primer amor, de su pasión por la música… pero también somos partícipes de cómo su origen puede pesar más que su verdadera identidad.

Qué maravilloso es cuando el teatro, además de entretener y ayudar a evadirse de la rutina, también se utiliza para hacernos reflexionar sobre lo que estamos presenciando y es que A.K.A. tiene la capacidad de observar la sociedad en la que estamos inmersos y denunciarlo desde la tablas. El racismo de hoy en día está más encubierto, no es tan evidente como en otras épocas y se ha ido adaptando y ocultando bajo nuevas actitudes reflejadas en este potente y valiente texto cargado de verdad. Un relato que comienza de una manera bastante desenfadada y que acaba con una tremenda carga dramática que estremece a todos los presentes. Daniel J. Meyer ha sabido mostrarlo de una manera casi impecable pero gran parte del éxito radica en la brillarte interpretación de Lluís Febrer.

Es un montaje que arriesga y funciona, una historia narrada de forma poco habitual que se sale aleja de los cauces convencionales y que tiene como columna vertebral a un personaje brillantemente construido e interpretado con una naturalidad admirable por el actor menorquín. Su trabajo es muy potente, a veces logra que se nos corte la respiración mientras nos invita a reflexionar lentamente. ¡Su actuación es para quitarse el sombrero! Queda claro que es un nombre al que no hay que perderle la pista.

El espacio escénico tiene muchos matices en los que detenerse, incluida la distribución de parte de las sillas ocupadas por el público en torno al espacio central que Lluís Febrer tan bien sabe aprovechar. También hay que destacar la fabulosa iluminación que acompaña en todo momento a esta necesaria y conmovedora historia, abriendo diferentes espacios de luz distantes entre sí que esculpen perfectamente el rostro del protagonista y los diversos lugares por los que va transcurriendo A.K.A., una herramienta que otorga potencia y que se aprovecha al máximo en todo momento.

En Madrid pudo verse por primera vez en el Teatro de La Abadía y, tras el clamoroso éxito de la crítica y el público, ahora ha llegado al Teatro Quique San Francisco, una acogedora sala que encaja perfectamente con este tipo de obra que pretende ser cercana y llegar directamente al corazón de los espectadores y espectadoras. La felicidad, la rabia, el amor, la impotencia e incontables emociones más logran hacerse hueco en este pequeño lugar que añade un punto de originalidad a la representación y propicia conexión e intimidad entre el actor y el público.

En definitiva: triple mérito de autor, directora y actor. Una obra fabulosa por lo que cuenta y cómo lo cuenta.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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