El Teatre Lliure sube a las tablas de la sala de Gràcia una triple y sugestiva visita. Viaje a la luna parte de un guión cinematográfico inédito de Federico García Lorca y supone la primera incursión en el universo del autor de la creadora de vanguardia Marta Pazos. Un elenco formado por alumnos graduados en el Institut del Teatre da vida a tan particular proyecto.
Pazos lidera una pieza que construye y destruye desde lo visual facilitando y generando una plasticidad que siempre supera, aprovecha y trabaja el extrañamiento inicial desde un terreno altamente intuitivo. Si bien es cierto que no hace falta entenderlo todo para disfrutarlo (que se lo digan a David Lynch), la creadora no se queda nunca en la superficie e indaga desde las posibilidad que ofrecen los cuerpos de los intérpretes y también desde la simbología de los objetos, el vestuario, el espacio o la luz. La idea del lienzo o página en blanco está muy presente y también sirve para hilvanar y organizar de algún modo el lenguaje interno de la propuesta. Una creación desde cero, que parte de una pieza prácticamente desconocida del autor, escrita en un momento de transformación interna y estilística y que también sirve de base para el trabajo de un equipo que desde su propia visión (inclusive la artística) del mundo inicia o continúa su trayectoria desde la confrontación y el cuestionamiento.
Una de las características esenciales de este Viaje a la luna sería la de exprimir las distintas posibilidades que las artes escénicas pueden ofrecer cuando dirigen su mirada hacia el audiovisual. Lorca escribió un guión cinematográfico en 1929 pensando en el cine mudo e influenciado más que probablemente por Luis Buñuel y Salvador Dalí, que ese mismo año estrenaron Un perro andaluz. Un guión formado por setenta y dos secuencias que si bien están delineadas por palabras nunca describirán un diálogo, quizá un sueño, y que aquí se transforman en un hermosa y perturbadora experiencia plástica, visual, y auditiva. El terreno de lo onírico para profundizar hasta lo impenetrable en estas imágenes cargadas de simbolismo que muestran el cambio o ruptura del mundo exterior (el Nueva York de entonces) con el interior e identitario. Una transición personal y artística Lorca–Pazos-intérpretes que fusiona con exaltación y entusiasmo las artes escénicas con las plásticas para plasmar en escena lo que sobre el papel diseñarían planos y secuencias superpuestas así como sus transiciones y movimientos de cámara.
De este modo, el espacio escénico e iluminación de Cube.bz se alinean con la música original de Hugo Torres para sumergirnos en el espectro interior y sensible de la imaginación de este Lorca guionista describiendo, observando y descomponiendo el manuscrito. Hay una comunicación inquebrantable y constante entre lo que vemos y lo que escuchamos, una especie de acotaciones visuales y sonoras que nos sitúan en este terreno hiperestésico y que recibe estímulos e impactos constantes del exterior. Un espacio único (como uno es el interior de un cerebro) y en el que todo tiene cabida y a la vez, sin un orden estrictamente lógico (como poderosa es la imaginación y el espíritu creativo). Vehículo para el viaje y al mismo tiempo destino. Como si miráramos con un microscopio una pequeña unidad representativa de todo el conjunto. El diseño del espacio permite que los cuerpos se expresen y transformen con total libertad, ampliando las posibilidades de entradas y salidas. Puertas y ventanas. Escalones a lo Broadway en miniatura y dos pianos (de nuevo El perro andaluz) presidiendo la estancia como tímpanos y percutores de este recinto en constante ebullición. Amarillo luna de Méliès, vestíbulo o preámbulo de lo que aguarda ser descubierto.
En este contexto, Torres ha compuesto una banda sonora completamente cinematográfica, estableciendo y descubriendo sonidos superpuestos que van de la electrónica al jazz. Un sonido aplicado también al proceso de escucha y que aprovecha el simbolismo y presencia del piano para que los artistas interpreten algunas piezas. Lo que podría ser el Broadway del momento pasando por el filtro surrealista del aquí y ahora de aquél entonces. ¿Cómo suena el interior de un cerebro? Música como algo comunicativo y sonidos que traducen las imágenes al mismo tiempo que las acompañan y, en muchos casos, las crean.
Completamente hermanadas con el resto de disciplinas pero especialmente entre sí encontramos el vestuario de Alejandra Lorenzo y la coreografía de Amaranta Velarde. Una estilización extrema que mezcla costumbrismo con surrealismo, materiales con texturas, para moldearse y moldear a partir de y a los mismos cuerpos que visten las piezas. Cuerpos que son moldes y que se colocan de modo orgánico y fluido, sin ningún tipo de tabú o aprensión hacia lo que la imaginación e Lorenzo ha diseñado. Nadie parece haberse puesto barreras en este espectáculo y mucho menos en este terreno. El vestuario de la luna como antesala de la muerte (¿quién de nosotros no debe hacer ese viaje por lo menos una vez?). Simbolismo que se extiende hacia la melancolía, la vida libre y conectada con lo no visible (también en el terreno teatral), la sexualidad y, por supuesto, la mujer. Cuerpos expuestos y desnudos. La erótica en primera persona, sin filtros o pantallas. Piezas que transforman los cuerpos en sistemas nerviosos no binarios. Piezas que entrelazan cuerpos y viceversa. Fisicidad y corporeización. Disfraz y transformación. Ocupación y mimetización. Unos movimientos individuales y grupales que obligan a los intérpretes a circular por un espacio más complicado de recorrer de lo que parece. Andar, caminar, marchar, correr, recorrer, pasar, franquear, atravesar. Transitar. Patines como herramienta/vehículo que amplifican la velocidad de los cuerpos y movimientos como podría hacer la cámara de cine y su rápida sucesión sobre la cinta de película. Una trabajo maravilloso que nos hace pensar y celebrar la suerte de poder participar de un proyecto de esta magnitud.
El trabajo de Velarde (junto con el de Pazos), ofrece además una grandísima y nueva probabilidad para este espectáculo. Una pieza que crea y se recrea en función de las posibilidades y habilidades de los artistas que la interpretan. Intuimos movimientos diseñados, otros dirigidos y más o menos marcados y otros creados e ideados por los mismos intérpretes. Nos encontramos ante una pieza en la que todo suma y cada aportación particular no puede hacer sino que engrandecerla. Un espacio de libertad creativa ilimitada que no es justo que vea reducido su periodo de exhibición a dos semanas y que puede y merece convertirse en repertorio de sus almas pensantes y gozar de un largo recorrido. También de creación, desarrollo y asentamiento. Algo parecido a lo que hemos podido ver recientemente en el Mercat de les Flors con la visita de Olga Mesa y Franscico Ruiz de Infante (Cia. Hors Champ / Fuera de Campo) y el magnífico espectáculo Carmen // Shakespeare: La Total. Tanto las casas de danza como los espacios de creación deberían estar peleándose por este Viaje a la luna.
No existiría la pieza tal y como la conocemos ahora sin Laia Alberch, Marc Domingo, Rut Girona, Cristina Martínez, Clara Mingueza, Mariona Rodríguez, Gal·la Sabaté i Paula Sunyer. Implacables y cómplices benefactores de este proyecto. Cuerpos que como la sangre que los viste fluyen y bombean a borbotones. Una entrega increíble y una adecuación y amoldamiento multidisciplinar que nunca se acomoda en terreno fácil o explorado. Poesías visuales andantes y estampas que cobran vida. Intérpretes que se convierten en la energía cinética del espectáculo y que defienden coreografía, movimiento, gesto, voz y expresión con valentía y empuje. Unos cuerpos que se muestran y como los planos cinematográficos se superponen y fusionan los unos con los otros para crear movimientos conjuntos tan apasionados, ardorosos y agitados como todos y cada uno de los detalles que configuran este espectáculo.
Finalmente, Viaje a la luna se convierte en una de las propuestas más sugestivas y relevantes vistas esta temporada. La valía e interés del proyecto es indiscutible por su vocación de recuperación, conocimiento y transmisión y desarrollo del patrimonio cultural. Algo que no se queda ahí y ofrece además un resultado espectacular y de una plasticidad fascinante. La visita de Marta Pazos y de los ex-alumnos del Institut del Teatre a este universo lorquiano genera una surte de I+D aclimatada hacia la contribución artística y que lleva su cometido hasta las últimas consecuencias, trazando un hermoso y más que posible timeline vanguardista (el del autor en 1929, el de la creadora como nexo y el de los intérpretes como benefactores de las artes escénicas). Resulta imposible no desear y reclamar de nuevo un largo recorrido para esta pieza que, tanto por su naturaleza como por su resultado, podría y debería girar a nivel internacional. ¡Bendita lo(r)cura!
Crítica realizada por Fernando Solla