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13.10.2020 Críticas  
Birgit Kolar: violinista y directora de Mozart

Vuelven los conciertos de música clásica al Palau de la Música Catalana de Barcelona. La Orquestra Simfònica del Vallès (OSV) nos trae, junto a la brillante directora Birgit Kolar, una serie de tres piezas de Wolfgang Amadeus Mozart más o menos relacionadas con su etapa en Praga. Con un añadido: además de directora, Kolar es primera violín y solista en las piezas.

Según Mozart, Praga era «la ciudad que le entendía». Tras el éxito que tuvo allí el estreno de «Las bodas de Figaro», el autor recibió en 1787 el encargo de componer una nueva ópera para el empresario Pasquale Bondini. El tema: el mito de Don Juan, que estaba de moda tras el estreno en Venecia de otra ópera de Gazzaniga y Bertati, y que Lorenzo Da Ponte tomó como modelo para escribir el nuevo libreto. El «Don Giovanni» de Mozart fue de nuevo un éxito en Praga, que le definitivamente la conexión con los checos (aunque él regresara a la imperial Viena), por lo que tiene todo el sentido que su obertura fuera la primera pieza de este concierto de la OSV: fue terminada in extremis por el autor, hay quien dice que el mismo día o más probablemente un día antes del estreno de la ópera. Se compone de dos mitades claramente diferenciadas, y muy bien expuestas por la Orquesta: un arranque dramático, casi fúnebre, que vaticina la visita del comendador y el final impenitente de Don Juan en los infiernos, y una segunda mitad alegre y festiva, donde brillan el agudo de los violines y las flautas, que nos evocan las aventuras y la sed de libertad del «dissoluto punito», como lo llamaba el título completo de la ópera.

La segunda pieza de la velada fue el Concierto para violín y orquesta número 5 en La mayor, una pieza anterior, de 1775, compuesta y estrenada en Salzburgo, y originalmente escrita para dos oboes, dos trompas y un número impreciso de cuerdas. Eso encajaba con la composición de la OSV durante este concierto, con más de una veintena de violines, más chelos y contrabajos, y menos instrumentos de viento que la cantidad de musas en las paredes del escenario del Palau de la Música; ausencia total de percusión. El lugar de honor era para la sonoridad de los violines, en toda su escala expresiva, y su combinación y matices con los instrumentos de viento, máxime en el solo de la primera violín/directora Birgit Kolar, ejecutado sin alardes, pero con una pulcritud, precisión y profesionalidad encomiables, y no exentos de emoción. El llamado «concierto turco» de Mozart (por el rondó/minueto de su tramo final, en La menor) culminó con la sensación de que, sin duda, el trabajo previo entre la directora y la orquesta les había llevado a una conexión especial, que le permitía a Kolar dirigir sin utilizar la batuta, sino siendo ella misma, con sus miradas, su expresión corporal y su liderazgo, la batuta.

La noche terminó con una obra que no podía faltar en este programa, hasta el punto que la Sinfonía nº 38 en Re Mayor es conocida como la «Sinfonía Praga». Compuesta en 1786 y estrenada al año siguiente en el Teatro de la Ópera de la ciudad, contiene las semillas del Mozart que vendrá, el que será en la última parte de su vida. Sobre todo en su primer tercio ese adagio-allegro de arranque lento, lleno de modulaciones inesperadas. Esta pieza sí requirió de una mínima percusión y de un número mayor de vientos, particularmente para darle todo el cuerpo al diálogo entre luz y oscuridad del segundo movimiento, y para acabar, tras varios falsos finales colocados con astucia por el autor, con una OSV radiante.

Un concierto peculiar, de piezas no necesariamente entre las más famosas de su autor, pero con elementos sorprendentes para conocerle mejor. Con un trabajo encomiable de la OSV, que ejecutó los 70 minutos de concierto de pie para mantener la distancia recomendada, y de su directora/violinista, sutil pero muy efectiva en la dirección, y espléndida como intérprete.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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