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02.10.2019 Críticas  
Verborrea afgana

Casi de acontecimiento se podría calificar la representación de la primera parte del monólogo escrito por Tony Kushner en la sala verde de los Teatros del Canal de Madrid. Vicky Peña se vuelve a enfrentar a este texto ya conocido por ella, a las órdenes de su otra mitad, Mario Gas.

Tony Kushner, artífice de una de las obras cumbre del teatro contemporáneo, a saber, Ángeles en América, escribió este monologo para ser representado en dos partes. En casa y Kabul son los nombres respectivos de esas dos partes. Ahora nos llega la primera parte, en la que una mujer entrada en años, experimentada, vivida, nos relata una serie de pensamientos y reflexiones que tienen Kabul y Afganistán como denominador común. La acción transcurre en el Londres de 1998, quedan pocos años para los terribles atentados del 11-S. El texto se estrenó poco después de los atentados y es fácil entender que fuera incómodo para muchos. Las imágenes estaban aún demasiado recientes.

Vicky Peña encarna a esta mujer entre deslenguada y deprimida. Se supone que estamos en una cocina (aunque la escenografía más recuerda una sala de estar). Esa mujer se dirige directamente a nosotros. Nos cuenta su fascinación por Kabul, Afganistán y todo lo que rodea la historia de ese olvidado y arruinado imperio. Desde el paso de Alejandro Magno a Gengis Khan. Entre sus manos una vieja guía de Kabul, que ella atesora con mimo y de la que va desgranando detalles de la historia de la milenaria ciudad. Entre relato y relato nos enteramos de su depresión, compartida con su marido. Nos cuenta la preparación de una reciente fiesta, en la que compró unos gorros supuestamente afganos para entretener a sus invitados. Nos cuenta con detalle la anécdota ocurrida en la diminuta tienda en la que compró esos gorritos, que orgullosa exhibe en la mesa. Eso es lo que ocurre En casa.

Ver a Vicky Peña es ya de por si un lujo, una de las grandes de nuestro teatro, con esa solera y majestad que tienen las grandes. Un texto más allá de lo difícil. La mujer a la que interpreta Vicky Peña es una mujer de una verborrea incontenible. El lujo de detalles con los que describe, la variedad de sinónimos y palabras nunca oídas es una cascada imparable que puede llegar a apabullar. La mujer lo sabe y se disculpa frecuentemente.

El texto tiene cierto interés, aunque al ser testigos solo de la primera parte nos queda la sensación de incompleto. Creo que el programa doble es necesario para entender la envergadura emocional de esa mujer. Aquí nos quedamos a medias, y muchas veces deseando comprender que hay detrás de las filigranas lingüísticas del texto. Aun así, contemplar el buen hacer de una de las mejores actrices de nuestro teatro merece la pena el tiempo invertido.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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