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27.09.2019 Críticas  
Verdi y El Escorial

Se dice que Giuseppe Verdi empezó a pensar en Don Carlo en una visita a El Escorial mientras supervisaba en Madrid el estreno de La Forza del Destino. La grandiosidad del monasterio le llevó a una de sus óperas más largas y más perfectas. El Teatro Real inaugura la temporada con un gran montaje de Don Carlo.

Reina Felipe II en el imperio español. Don Carlo, su hijo, quien ha viajado en secreto a Francia se encuentra fortuitamente con Isabel de Valois, con la que está prometido. Para su alegría el amor surge de inmediato. El alborozo les durará poco. Con tal de firmar la paz con Francia, el padre de Isabel ha comprometido a su hija con el rey de España, Felipe II, padre de Don Carlo. En un acto de resignación y responsabilidad, Isabel acata la orden. Desolados, los dos amantes nunca se olvidaran, ni su amor menguará. Pronto aparecen otros personajes en la historia. Una princesa de Eboli despechada, que causará gran dolor. Rodrigo, marques de Posa, un hombre de estado, entregado a su amigo Don Carlo. Por ahí anda el poder eclesiástico representado por un Gran inquisidor provocando más de un disgusto.

Verdi tuvo que reducir la duración de la ópera tras su estreno en París. La época no aceptaba en aquel momento la extensa duración de la misma. En 1884 se estrenó la versión de Milán, sacrificando varias porciones de Don Carlo. En 1886 Verdi recuperó parte de la versión original, llegándose a conocer como la versión de Módena. Esta versión, gran desconocida en España es la que llega ahora al Teatro Real de Madrid.

Al alzarse el negro telón nos encontramos con una apabullante escenografía de Robert Jones, quien ya nos deslumbró con Gloriana la temporada pasada. Columnas, muros, plataformas. Un tono granítico sofocante pero grandioso. Un logro escenográfico, que en la extensa duración de la ópera, a pesar de tener pocos cambios, consigue crear espacios perfectamente reconocibles. La cruz ardiente del final del tercer acto es de aquellos efectos que se recuerdan largo tiempo.

Orquesta dirigida con precisión por Nicola Luisotti. Ovación cerrada para el director y la entera orquesta. El Coro Titular del Teatro Real sigue en su magnífica línea. El vestuario de época diseñado por Brigitte Reiffenstuel es de un rigor altísimo. Por momentos nos hallamos viendo verdaderos cuadros de la corte de Felipe II.

Hablemos de los cantantes. Todos espectaculares, uno de los repartos más sólidos de las últimas óperas del Real. Marcelo Puente como Don Carlo, empezó frágil y algo titubeante, pero duró poco esa sensación. Su Don Carlo alcanzó cotas de perfección. A medida que la ópera avanzaba, el nivel del tenor fue asentándose firmemente. Luca Salsi como Rodrigo, Marqués de Posa y Dmitry Belosselskiy como Felipe II, simplemente impecables, no solo en su interpretación vocal, sino también en su actuación.

En el plano femenino un acierto absoluto. Contar con Maria Agresta como Isabel de Valois es ya un signo de garantía, y no defrauda en absoluto. Ekaterina Semenchuck espectacular como Princesa de Eboli. El resto de cantantes, aunque con papeles menores, todos de gran calidad. Todo ello al servicio de un Don Carlo histórico.

Cierto es que la duración de la ópera, que se acerca a las cuatro horas, puede jugar en contra del espectador. Pero el perfecto engranaje de voces, música, escenografía e historia hace de Don Carlo un preciso y precioso ejercicio de aprendizaje, no solo de ópera, sino de historia.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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