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24.05.2019 Críticas  
Un invernadero donde las palabras enraízan y cobran vida

El Teatre Goya acoge el estreno en Barcelona de Todas las noches de un día. El texto de Alberto Conejero encuentra en esta puesta en escena un aposento cómplice y fiel que sabe discernir tanto la belleza como las resonancias poéticas de las letras del autor sin ocultar sus recovecos más oscuros. Dos personajes para un apasionado thriller plagado de brotes y requiebros florales.

Luis Luque resulta un gran compañero de viaje. Ha captado la tensión que vincula y relaciona a los protagonistas tanto a través de las réplicas como de las situaciones. Sabe cuándo debe enfatizar y cuándo es mejor dejar que las palabras hablen por sí solas y transmitan toda su significación e intención. El trabajo con los intérpretes los dota del carácter individual que poseen sobre el papel y, a la vez, desarrolla sus posibilidades, particularidades y propiedades, aprovechando estas singularidades para captar nuestra atención desde el primer momento. De este modo, la empatía se despierta en el espectador precisamente porque es capaz de ver y entender a Silvia a través de los ojos de Samuel. Y también al revés (algo que podría ser complicado por la naturaleza y el devenir del personaje femenino en el momento en que lo conocemos).

Conejero arriesga precisamente por su persistencia en expresarse a través de la poesía más enardecida. Tras (o previamente a, si tenemos en cuenta el estreno en Madrid) El sueño de la vida y La geometría del trigo, el impacto que provoca esta función es relevante y poderoso. Su capacidad de observación del ser humano, de sus tribulaciones y zozobras más intrínsecas, no conoce límite. Supera cualquier género en el que se puedan contextualizar y eso le permite crear historias insólitas, tan terrenales como alegóricas. Un espacio donde la emoción cobra vida y permite una suerte de sublimación impresionable. Esta necesidad de expresión, la transforma en personajes a los que obsequia y da voz, en una catarsis que, poco a poco, escena a escena, se convierte en un estallido incontenible. Así son Silvia y Samuel. Así somos estas almas inquietas que nos descubrimos a través de sus obras. Sin duda, toda persona que se tope con la mirada de Alberto y sea convertida en su fuente de inspiración, es ciertamente afortunada.

Carmelo Gómez y Ana Torrent hacen justicia a estos personajes. Él triunfa al mostrar su aparente hosquedad a través de una elocución y una sensibilidad que no podrá ocultar. Plasma muy bien la lucha entre el sometimiento pasional y la insubordinación confesional. Poético y hermoso no son términos incompatibles con lo sórdido y truculento, y así lo asimilamos gracias a su interpretación. Ella deberá mostrarse entre evocada y misteriosa. La intensidad dramática la medirá a través del estado alterado de él. Algo muy difícil y que consigue de un modo tan sutil en ocasiones como intenso en sus momentos más dramáticos. Su rompimiento en escena es devastador, así como estimulante su movimiento escénico. Ambos echan raíces en ese invernadero. Poco a poco y con el humedecimiento e irrigación que texto y dirección les ofrecen.

La escenografía de Mónica Boromello nos sitúa en el invernáculo, lugar culminante de todo lo que sucede en esta pieza. Un ambiente reducido y opresivo, pero también un espacio traslúcido que marca proféticamente lo que sucede dentro y fuera de él. Detalles cromáticos bellos que junto a la iluminación de Juan Gómez-Cornejo profundizan en la intimidad necesaria de las situaciones, favoreciendo también el inconmensurable estallido interior de todos los convocados, ya sea en escena o en el patio de butacas. Ahí está el vestuario de Almudena Rodríguez, que nos sitúa muy elocuentemente entre el rojo y el negro para ella y una pieza más descriptiva y literal para él. En ambos casos, apoya al desarrollo y descripción de cada personaje. También, y por supuesto, la música de Luis Miguel Cobo, que, lejos de reducir, persiste en la intensidad y énfasis que buscan las palabras del autor y consigue acercarse vehementemente tanto a lo pasional (especialmente aunque no solo a través de las canciones italianas) como formatear el conjunto dentro del género del thriller. Una labor comunal muy especial y delicada.

Finalmente, que la presencia de los textos de Alberto Conejero se normalice en la ciudad condal, así como sus puestas en escena originales, es muy buen síntoma. No es habitual en la dramaturgia contemporánea que podamos encontrar autores con un sello tan particular y alejado (que no opuesto) de cualquier corriente colectiva o generacional. Todas las noches de un día se convierte en un hermosísimo y fértil invernadero donde palabras y flores mudan en teatro y poesía con una intensidad y capacidad de enraizamiento inigualables. Esquejes que se injertan en nuestras entrañas y bombean a través de una pasión compartida, incontenible e irrefrenable, ya sea a través de la lectura, la escucha o la mirada.

Crítica realizada por Fernando Solla

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