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14.12.2018 Críticas  
El Pequod navega por un océano de locura

El Teatro Guimerá transformó su escenario en la nave del Capitán Ahab. Gracias al Festival de Tenerife, pudimos disfrutar de dos noches en las que se representó Moby Dick. Una interpretación liderada por Josep Maria Pou, que nos trajo una versión sublime del ballenero loco.

Juan Cavestany crea un texto que nos transporta a bordo del Pequod, para sumergirse en lo más profundo de la obra de Herman Melville. Omite todo aquello que pueda distraer la atención del elemento más importante, a saber, la locura de Ahab. Y desde el inicio de la obra esta locura nos envuelve, nos agita y nos baña cual mar embravecido, llevando la interpretación a unos niveles de intensidad muy elevados. Y sin embargo la producción no sufre por ello; al contrario, a medida que se desarrolla, podemos notar un aumento exponencial en la calidad interpretativa, que solo disminuye con la caída del telón.

En el aspecto directivo, Andrés Lima demuestra gran destreza, pues emplea una sobria ambientación donde desarrolla toda la obra, pero no da pie a la monotonía. Gracias a movimientos discretos y bien medidos; como es el desplazar una silla, podemos estar en la cubierta del navío o en el camarote del capitán. También se sirve de las luces de manera escrupulosa para encuadrar la vida a bordo de un barco, el azote de las olas, la fuerza de una tempestad, o la calma de la noche. Y sin embargo, nada de esto desvía la atención de aquello que realmente importa. Las interacciones de los personajes que se desenvuelven en el escenario se elevan y potencian las emociones, la pasión y la locura de Ahab; así como el terror, e incluso el odio y el desdén de la tripulación hacia el capitán.

Nos encontramos con un Ahab alienado, consumido por el odio que siente por Moby Dick y empujado en un descenso al abismo que es la locura. Ahab arrastra de la tripulación que, convertidos en cómplices, acaban siendo víctimas de su altanería. En ese papel de víctimas, Jacob Torres interpreta a Starduck y a Ismael, el único superviviente del enfrentamiento con la ballena blanca. Y Oscar Kapoya encarna a Pit el cobarde, logrando momentos de pura emoción que conmueven y agitan el corazón del espectador, ya que vemos en él la antítesis de Ahab. Josep Maria Pou se transforma en un personaje que demanda un nivel de entrega absoluta; un megalómano consumido por la oscuridad del ser humano. Y logra transmitir, con un éxito rotundo toda esa amalgama de tóxicas emociones. Sus palabras generaban una energía formidable que se transmitió al espectador durante una hora y media.

En definitiva, un proyecto desarrollado con una destreza absoluta; que nos deja con mucho que analizar de nuestro ser más profundo, de cómo gestionamos nuestras emociones cuando nos enfrentamos a los reveses de la vida; así como de nuestra habilidad de adaptación y mejora personal, en vez de estancarnos en el pasado; alimentando sentimientos autodestructivos que acaban afectando a los que nos rodean. Un trabajo extraordinario realizado por un equipo excepcional.

Crítica realizada por Darnell González

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