novedades
 SEARCH   
 
 

15.11.2018 Críticas  
Triunfo rotundo de Racette y gran retorno de Janáček

El Gran Teatre del Liceu vuelve a Leoš Janáček con una muy acertada puesta en escena de Kàtia Kabànova. De entre los muchos méritos de esta propuesta, destaca la presencia de la grandísima soprano spinto Patricia Racette que nos regala algunos pasajes dramáticos para el recuerdo y nos sumerge en lo más profundo de la desazón femenina.

La dirección escénica de David Alden no podía ser más adecuada. La estructura en tres actos se mantiene y se supera un argumento que podría caer en lo común para trascender y fortalecer la presencia e identidad de los personajes protagonistas. La coreografía de Maxine Brahan ofrece un contrapunto muy interesante y está especialmente bien integrada en la interpretación de Racette y Michaela Selinger. Movimientos que en este espacio cobran especial relevancia. Los ecos de Aleksandr Ostrovski, autor de la obra en la que se basó Janáček para desarrollar el libreto, también estarán muy presentes.

El elenco al completo realiza un trabajo más que notable y demuestra que no hay papel pequeño si se interpreta (especialmente y como no podía ser de otra manera en lo vocal) con sabiduría y entendimiento. De entro todos, Nikolai Schukoff nos convence tanto como a Kàtia con su Borís. Muy buena presencia escénica y mejor desempeño en el canto. Rosie Aldridge va a por todas con la tiránica Marfa. Podría caer en la caricatura y con valentía y arrojo demuestra a través de sus aportaciones cantadas una fortaleza y endereza envidiables. Antonio Lozano y Selinger consiguen una gran harmonía y su interpretación logra que los personajes que defienden sean el contrapunto a los protagonistas. Especialmente la segunda nos sorprende, como decíamos, con la ejecución de una coreografía perfectamente integrada y combinada con un canto no menos destacable.

Y, por supuesto, Racette. Una interpretación impresionante en lo la parte más actoral y totalmente cautivadora y arrebatadora en lo vocal. Un timbre que se oscurece y aclara a placer de las necesidades del personaje y un trabajo físico excepcional. Su movimiento llena el gran espacio vacío y prácticamente se precipita del escenario. Siempre al límite, siempre al filo. Su tramo final es tan contundente como emocionante. Muy aplaudido trabajo que muestra todo el patetismo de un personaje a la vez que lo explica en toda su profundidad y complejidad.

La dirección musical de Josep Pons se mueve con especial pericia y destreza. Fiel testigo del uso dramático con que jugaba el compositor. Orquestación instrumental combinada con la sonoridad y fonética de la lengua checa. La partitura nos llega en todo su esplendor. Un estilo muy personal que se mueve entre la irregularidad rítmica pero a la vez con una estructura unitaria y muy coherente. Formas libres que se balancean entro lo tradicional y la vanguardia. Autor de estilo inclasificable y al que tanto el maestro como por extensión la Orquestra Simfònica hacen justicia. Gran interpretación que capta la increíble expresividad de Janáček y nos hace partícipes de la misma en todo momento.

La escenografía de Charles Edwards propone una puesta en escena de trazos tan limpios como estilizados. Un espacio abstracto y geométrico cuyas líneas serán longitudinalmente irregulares. El movimiento y transformación de las estructuras perpendiculares formará polígonos cerrados que remarcarán la opresión a la que se somete a la protagonista. Todo esto sobre un escenario abierto y prácticamente desnudo y cuya inclinación supone tanto un acierto estético como un buen apoyo para la narración (y un riesgo para los intérpretes). Perspectivas apremiantes y en ocasiones extravagantes. En esta misma línea, el vestuario de Jon Morrell nos sitúa en la década de los años 20 del siglo pasado, tras la Primera Guerra Mundial.

Precisamente, ésta es la época en la que Janáček compuso la ópera. Las distintas piezas que vestirán los miembros del elenco connotarán la condición o clase social de cada personaje y, especialmente en el caso de la protagonista, los estallidos y el rendimiento a esa pasión que la consume en medio de la unificación de la masa oscura y amenazadora que crea sombras gigantescas proyectadas contra las paredes. La iluminación de Adam Silverman tiene un peso muy relevante ya que la oscuridad y los cambios drásticos en el alumbrado no solo serán imperativo de la propuesta sino que deberán mostrar el estado de ánimo del personaje titular y su sentimiento de ahogo. Muy buen trabajo conjunto y más que adecuado tanto a las necesidades del original como colindantes al resto de trabajos del director escénico.

Finalmente, esta producción de Kàtia Kabànova facilita un potente reencuentro con una intérprete fantástica en todas sus facetas y con un compositor al que nos gustaría disfrutar todavía más a menudo. También una oportunidad para participar de las puestas en escena de la English National Opera (ENO). Vecinos a los que no siempre tenemos en cuenta y que suman, año tras año, éxitos artísticos más que considerables.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES