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27.07.2018 Críticas  
Amparo Larrañaga y María Pujalte: hermanas paranoicas

La familia está para hacerle ‘todo eso que no le harías a un desconocido por miedo a las consecuencias’. O al menos eso dice El reencuentro, la ácida comedia de Ramón Paso con la que Amparo Larrañaga y María Pujalte vuelven a ser hermanas con química sobre las tablas. Fuego cruzado de sarcasmo en el Teatro Maravillas de Madrid hasta el 18 de agosto.

Gabriel Olivares dirige con tino este montaje que pone en escena los trapos sucios familiares de dos personajes con mucho que echarse en cara tras veinte años sin verse. El desahucio lleva a una arruinada Catalina (María Pujalte) a suplicar asilo al minimalista, plastificado y aséptico piso de su obsesiva hermana Julia (Amparo Larrañaga). Y no es de extrañar que una vez vista la estancia la hermana perdedora no quiera salir de ella bajo ningún concepto. La cuidada escenografía de Felype de Lima nos da todas las pistas del carácter psicótico de la dueña de la casa: figuritas clasificadas por estantes, un pulverizador para desinfectar constantemente bacterias externas, la fotografía de una adorada asistenta alemana… son algunos de los elementos que destacan en la casa de soledad autoimpuesta del personaje de Larrañaga. Estética blanco nuclear combinada con gris en la que el elemento discordante es la nueva intrusa. Pujalte, y su caótico vestuario, llegan para hacerse un hueco en el petrificado corazón de esa hermana que la maltrata con una hilarante ausencia de piedad. Se odian y se necesitan. Como todas las familias.

Esta comedia ligera, con toques excéntricos que recuerdan al cine mudo, empieza con una de las protagonistas persiguiendo a la otra para apuñalarla con un tenedor. Justo antes de que pueda haber heridos el movimiento se congela y Larrañaga empieza un aparte para contextualizar la situación. A partir de este arranque gamberro la intriga está en rebobinar al inicio de todo para entender qué ha desencadenado tal agresividad. Toda la función se caracteriza por entrelazar la acción con estos momentos en los que cada personaje rompe la cuarta pared y se sincera con el público. La iluminación de Carlos Alzueta consigue dinamizar el desarrollo de la acción y dar sentido a estos apartes al mismo tiempo que crea cuadros visualmente atractivos.

El efectista no parar de las dos actrices sobre el escenario se completa con un ambiente sonoro, que usa efectos y música, tanto para aumentar la verosimilitud como el carácter cómico del resultado. En el íntimo Teatro Maravillas, Larrañaga y Pujalte trabajan a la mínima distancia del espectador mientras construyen una extraña pareja contrapuesta. Larrañaga lleva la voz cantante de la obra desarrollando su hiperbólico personaje de hablar frenético. Pujalte da como réplica la naturalidad aderezada con extremas y desternillantes caras de asombro. Ambas te llevan de la mano por un catálogo de ansiedades que pasa por el escenario como un huracán.

Diálogos rápidos, cinismo fraternal y luchas de poder con madalenas voladoras y una aspiradora de por medio. El reencuentro parece decir: cuando el presente golpea tu vida como una bola de demolición lo mejor es aprovechar y putear a la familia con una visita inesperada.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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