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30.01.2018 Críticas  
Un ogro necesita su ración de carne fresca

La Sala Verde de los Teatros del Canal en Madrid acoge La tristeza de los ogros, un cuento onírico del autor Fabrice Murgia cuya adaptación al español firma Borja Ortiz de Gondra sobre el desarraigo en la adolescencia a partir de hechos reales.

La ópera prima de este autor belga, la escribió cuando apenas tenía 20 años, se basa en dos dramáticos sucesos que ocurrieron en 2006 e impactaron al mundo entero: Bastian Bosse, el alemán de 18 años que disparó a varios compañeros de instituto y luego se suicidó, cumpliendo un plan que había publicado en redes; y la austriaca Natascha Kampusch, una adolescente que estuvo secuestrada por un hombre durante diez años y ese mismo año logró escapar. Pero en esta versión – es la primera vez que Murgia hace una recreación de la pieza original estrenada en 2009- existe una alusión al caso español de las niñas de Alcàsser. De igual modo, la función cuenta con un personaje irreal que se encarga de crear una relación entre Bastian y Natascha -que hablan cada uno a su propia videocámara- y el público.

Nada más entrar al teatro, mientras los asistentes nos acomodamos en las butacas, nos adentramos en una sobrecogedora atmósfera llena de niebla espesa que no cesa durante toda la función. Asimismo, una niña vestida de novia con un aspecto siniestro, va y viene por todo el escenario golpeando fuertemente las cortinas de los dos extremos cada vez que completa su recorrido y mientras, con una voz metálica que nos va estremeciendo, recita en bucle un cuento que ya da una señal de lo que vamos a presenciar. Original puesta en escena que nos sumerge en la obra sin que ésta haya empezado.

El reparto lo componen Nacho Sánchez, Olivia Delcan y Andrea de San Juan que mezclan un gran trabajo interpretativo –excelentes los tres en sus respectivos papeles- con el uso de las tecnologías. Combinación que da como resultado un montaje que mezcla sueños y realidad sin dejar indiferente a nadie que lo presencie. A todo ello también contribuye enormemente el fabuloso trabajo de iluminación y sonido que consigue crear una escalofriante atmósfera que nos adentra completamente en la función. La escenografía se compone de dos peceras en las que se encuentran ambos personaje mientras que, fuera de ellas, la “maestra de ceremonias” se mueve de un lado a otro y se sirve de un columpio que cuelga sobre el escenario. Todos los recursos se utilizan de manera magistral durante los 70 minutos que dura el espectáculo.

En definitiva, un espectáculo de gran impacto visual que no nos permite diferenciar con total precisión lo real de lo imaginario pero que, con total certeza, podemos disfrutar hasta el próximo 4 de febrero en Madrid; antes que viaje al Teatre Lliure de Barcelona. La tristeza de los ogros no es de digestión sencilla pero nadie dijo que fuera fácil; lo que sí digo es que este siniestro bocado merece la pena.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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