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25.07.2017 Críticas  
El ritmo de la tragedia

Llega al Teatro Infanta Isabel una Celestina movida, transgresora, subrayada. Un montaje de la reconocida compañía andaluza Atalaya. Montaje premiado en varios festivales y que da un aire nuevo al clásico, una contemporaneidad inusual que se agradece y se disfruta.

Es esta Celestina todo un descubrimiento. Esta tragicomedia de Fernando de Rojas es un texto extenso y denso en muchas de sus partes. Aquí se ha reducido el montaje a poco más de hora y media, y se ha dotado a los fragmentos de un ritmo trepidante, que una vez arranca no para hasta el final.

La tragicomedia está equilibrada, la alcahueta interpretada por Carmen Gallardo es todo lo deslenguada que el papel requiere. Casi una mueca constante. Apoyada por un vestuario certero que acentúa el esperpento. Toda la función cabalga entre el absurdo y la contención. Quizá al principio sorprenda el código elegido para el clásico texto, pero he de reconocer que la elección se solventa con un notable resultado. Una vez reconocemos que el texto va a ser gestualizado y enfatizado hasta el infinito, y que en eso radica mucha de la originalidad de la propuesta, entonces no nos queda más que dejarnos llevar. Entonces el montaje coge aire y vuela alto.

El movimiento escénico es una coreografía constante de equilibrios y saltos. Una maravilla en apariencia sencilla, pero de una complejidad asombrosa. Efectiva y original. No es un teatro a la italiana la mejor propuesta para el montaje. En otro tipo de sala este montaje debe disfrutarse aún más.

El elenco destaca por su equilibrio. Tienen el texto suelto, libre y ágil. Ni un solo traspié en la interpretación, algo harto difícil de conseguir máxime cuando el movimiento en escena es constante y rápido. Destacar a alguno por encima del otro sería injusto. Todos forman parte de un engranaje que funciona sin estridencias ni roces. La música elegida e interpretada en directo por los actores es todo un acierto, así como el vestuario.

Consigue esta versión darle una vuelta al clásico, sacrificando las partes más densas del mismo se consigue un resultado más que óptimo para sobrellevar las tórridas noches estivales del verano madrileño. Hasta el 30 de julio, los artífices de la sólida compañía Atalaya ponen en pie un trabajo arriesgado, inteligente, clásico y rebelde a la vez. Calisto y Melibea nunca sonaron tan modernos declamando unos versos tan clásicos.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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