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13.10.2016 Críticas  
Apuntes para un dibujo (universal)

La Sala Beckett presenta el primer espectáculo que se puede ver en su nueva sede del Poblenou. KILÒMETRES surge de la necesidad de la actriz de postergar, de alguna manera, los recuerdos de su abuela y el resto de su familia. A partir del caso individual, la pieza consigue retratar de alguna manera un universo compartido por toda una generación.

La estructura narrativa de la función es, quizá, uno de los factores más incisivos para que el camino emocional se vaya dibujando para los espectadores a medida que avanza la obra. Hay una muy feliz convivencia del espacio sonoro de Salvador Garcia y el vídeo de Leo Castro en la escenografía de Judith Torres. Podría parecer que la utilería distribuida por el espacio queda dispersada espontáneamente, pero no es así. Para el público, la pantalla donde se proyectarán imágenes y recuerdos queda a la derecha del campo de visión. Y la silla, donde la actriz se transforma tanto en narradora como en la mayoría de los personajes de su propia familia, a la izquierda. Si trazáramos una línea visual imaginaria, fijar la orientación diestra de nuestra mirada supondría mirar hacia el futuro (el pasado de los personajes evocado audiovisualmente a través de sus recuerdos) y la zurda hacia el pasado (nuestro presente inmediato donde la actriz desarrolla parte de la función). Esta atemporalidad en lo que todas las generaciones parecen convivir es uno de los hallazgos determinantes para el éxito de KILÓMETRES.

Estéticamente resulta muy adecuado que la estructura arquitectónica de la sala se enseñe tal y como está. La sensación de encontrarnos en un espacio todavía a medio construir resulta fundamental para contextualizar esta propuesta, ya que teniendo en cuenta que de lo que se trata es el derrumbamiento de una manera de entender el mundo y su reconstrucción durante y tras la guerra, el espacio no podía ser más idóneo. Si a eso sumamos, el árbol genealógico construido a base de zapatos por Yanes ante los ojos del espectador, la evocación de la memoria sucede de manera espontánea y colectiva, siempre a partir del caso individual. La utilización de los recursos dramáticos es, en este sentido, más que notable.

La dramaturgia de Marilia Samper ha conseguido crear una historia muy personal a partir de los recuerdos y vivencias de su compañera de aventura. El acto en sí resulta muy elocuente de la vocación teatral de compartir experiencias e historias y en este aspecto el espectáculo se recibe con emoción participativa desde el primer momento. Es complicado, a veces, en el teatro testimonial empatizar con la historia de personajes reales (pero ajenos) más allá del impacto o dureza de algunas situaciones determinadas. La empatía es un arma de doble filo cuando las fronteras entre realidad y ficción son teatralizadas. En el caso de KILÒMETRES, la capacidad de la directora y dramaturga de incluir a los asistentes y convocar su interés se manifiesta desde la aparición de Meritxell Yanes en escena.

Y, finalmente, su trabajo es la columna definitiva sobre la que descansa el proyecto. La actriz se transforma en portadora del testimonio de los miembros de su familia y, a la vez, resulta cómplice de la propuesta dramatúrgica con una vocación concreta de continuación entre el pasado, presente y futuro. El ejercicio de investigación de ambas permite a Yanes desposeerse de su propia historia para volverla a recuperar al mismo tiempo que la comparte con nosotros. El ejercicio de asimilación es también compartido entre actriz y espectadores, a tiempo real, convirtiéndose la necesidad de una en la de todos los asistentes. Generoso ejercicio de recuperación de la memoria colectiva a través de un ejemplo concreto e individual, pero de alcance universal.

Crítica realizada por Fernando Solla

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