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10.01.2020 Críticas  
Lo feo

Los Viviseccionados vuelven a la que pueden considerar su casa, Nave 73, con La Patética Historia del Niño Piña en cinco actos, una nueva incursión en el perturbador y fascinante imaginario de Jose Andrés López.

La Patética Historia del Niño Piña no está basada en un hecho real, pero sucede a diario en cualquier entorno. Niño Piña, fruto de un embarazo no deseado, semilla del mal, vive entre nosotros con terribles malformaciones que hacen que su entorno le compadezca, tolere u odie. No sabemos si es bueno, por haber pasado una infancia terrible, o si es malo, porque el mundo le ha hecho así, o simplemente lo es por deformación personal. Jose Andrés López, al texto y dirección, vuelve a ponernos frente a un espejo que recibimos como deformado, cuando la imagen que le devolvemos es el propio monstruo que se esconde detrás de la piel que recubre nuestro rostro.

Hace un año, con Fauces, en la misma sala, y casi yo mismo en la misma butaca, asistía al ritual iniciático que planteaba en torno al comienzo y fin de cada uno de nosotros, con la adoración final a un Román Méndez de Hevia dorado, cúlmen del Yo frente a Los Demás. Era un final luminoso y esperanzado en contraposición con La Patética Historia del Niño Piña, que sume a sus personajes y a la audiencia en una oscuridad inevitable y desalentadora, donde un ser negro, sumerge a uno de los personajes en un paisaje de sombras, sin retorno. Desaparecen las virtudes, aunque sea a ojos de otros, para pasar a ser estas todo defectos y deformaciones de la realidad.

La Patética Historia del Niño Piña cuenta con Jose Andrés López, de nuevo, Román Méndez de Hevia, Mikel Arostegui, Elena Esparcia y María Pizarro: todos ellos, habitantes del universo del Niño Piña. Padre, madre, ¿amigos?, bullies; todos ellos van desfilando por este montaje, y contándonos su lugar en esta historia. Es brillante y desasosegaste el espacio sonoro y la música original de Carlos Gorbe, cuyas creaciones susurrantes y electrónicas, se mueven entre el ruido blanco, el trap renacentista, y la esquizofrenia. Una vez más, el diseño de iluminación es impecable y crucial para marcar el carácter de muchos de estos cinco actos en los que se divide La Patética Historia del Niño Piña.

El genio de Jose Andrés López es innegable, y cada vez su escritura y creaciones se acercan más a un abismo insalvable y real, donde somos nosotros las atracciones de feria, los freaks deformes e infames, mirados a través de los ojos del Niño Piña, donde él es consciente de su maldad, pero no es nada comparable a la que no asimilamos los demás (o queremos reconocer). El monólogo violador de Mikel Arostegui es incómodo y deleznable, pero nos acerca a una fantasía pornográfica inconfesable y extrañamente romántica; una justficación de lo injustificable empática que solo una buena estructura narrativa y una interpretación veraz puede sustentar, y es este un acto cumbre del montaje, tanto el acercamiento pausado y emocionado, como la pasividad pétrea de María Pizarro, objeto de la confesión sádica y sexual.

Este último montaje de Jose Andrés López es una dramaturgia desnuda, literal y figurada; afilada y certera. Es un bisturí escénico que disecciona la realidad y la expone con crudeza. Es un teatro anatómico con sujetos vivos, que mantienen abiertos los pliegues de su carne, abierta en canal, con sus palabras. Seguiré acercándome sin temor a este auditorio en el que me sigan sirviendo deliciosos bocados de carpaccio teatral: rojo, crudo y sin condimentar.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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