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07.05.2018 Críticas  
Medea se escribe con M de Emma

Lluís Pasqual vuelve a emocionarnos, como siempre que toma personalmente un proyecto. En esta ocasión, ha presentado en el Teatre Lliure (teatro que él mismo fundó en 1976 y que dirige desde hace unos años) una versión propia de Medea, que ha fabricado junto a Alberto Conejero a partir de los textos de Eurípides y Séneca y que él mismo dirige.

La historia de una mujer rodeada de hombres a los que ha amado, ha odiado y ha perdido. Una historia donde el deseo de venganza consume y trastorna hasta la extenuación. Y donde ese deseo se materializa, dándole fuerzas para incluso llevar a cabo la ejecución de hasta los seres más queridos.

Pasqual nos presenta cuasi en forma de monólogo la visión de una Medea de un tremendo coraje, ciega y loca por el odio hacia de su esposo Jasón, jefe de los Argonautas y a quien ha ayudado a conquistar el vellocino de oro, a quien ha amado locamente (del amor al odio hay solo un paso) pero que ahora la deja para casarse con Creúsa, la hija de Creonte, rey de Corinto. La Medea que ruega, que llora, que se arrastra, que maquina y que trama ante Creonte por querer desterrarla para llevar a cabo los planes de boda de su hija, y de quien que finalmente se venga.

Acostumbrados como nos tiene el Lliure a escenografías oscuros y más bien mínimas, Pasqual sigue la línea de su teatro y lo lleva al extremo. En Medea nos encontramos un escenario negro de arriba a abajo, actores vestidos de ese mismo color y solo una pantalla gigante en la pared del fondo con audiovisuales sin apenas saturación de color y el agua como elemento recurrente a lo largo de la obra. La primera escena, nada más comenzar, es brutal con una Medea lamentándose mientras cuenta su historia de cara al público, como si realmente nos la explicara a nosotros, bajo la lluvia. Después de eso, ya sabes que lo que vas a ver la siguiente hora va a ser muy grande.

El grado de dramatismo al que llega Emma Vilarasau y que mantiene todo el tiempo es tan elevado a tal punto que en un momento en el que vomita dudas si es parte del texto o es consecuencia de su esfuerzo. Después de haberla visto con esta tres veces en este último año (‘La mare’, ‘Si veieu el vent d’on ve’) y reconociendo que no hay carencias en ninguno de sus personajes, ahora más que nunca es el momento de levantarse, aplaudir y ovacionar a la Vilarasau por su interpretación. Una en la que la entrega es tan grande, en la que el desgaste es tan elevado, donde de forma sobresaliente y en cuestión de segundos pasa de la rabia a la desesperación y de ahí al dolor y el llanto, en ciclos constantes, sin bajar la guardia ni un momento, que te das cuenta que posiblemente este va a ser una de las interpretaciones que perdure en la historia del teatro catalán.

Y es que, aún teniendo excelentes y grandes compañeros de elenco, Andreu Benito o Roger Coma se quedan pequeños al lado de ella, aunque sus trabajos son los correctos como acompañantes de escena. Felicitamos a Pasqual, quien dijo en la rueda de prensa de presentación de la obra que “uno hace a Medea, si tiene a la actriz para hacer Medea”. Efectivamente, Pasqual sabía que con ella funcionaría y lo siguiente era construirlo todo a su alrededor. Solo un pequeño detalle del que, a mi gusto, se podría haber prescindido es cuando hacia el final Benito se dirige al público cuando Medea va a subir en el carro que le ha regalado su abuelo Helio, dios del Sol, para huir a Atenas. Esa ruptura del hilo no me parece necesaria, aunque reconozco que tampoco estorba al conjunto. Porque hay que reconocer que el montaje le ha quedado redondo a Pasqual. Las altas expectativas, se han cubierto sobradamente.

La irracionalidad vistió a Medea igual que viste en muchos aspectos el mundo actual. Las consecuencias fueron graves. Y hoy también lo son. Pero no por eso vamos a dejar de disfrutar de esta maravilla que llena el Lliure estos días. Tienen hasta el 12 de este mes para comprobarlo.

Crítica realizada por Diana Limones

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