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07.04.2017 Críticas  
Amor imposible sobre amor imposible

La sensación, la primera vez que ves en teatro un texto de Wajdi Mouawad, es explicable. Pero entonces, posiblemente, tendría que escribir una crítica de varias páginas. Así que voy a intentar condensar al máximo esas sensaciones en un largo razonable.

Boscos es un texto que por sí solo, leído y sin representación, ya te llegaría al alma, te la traspasaría, dejando toda la esencia en tu interior, la cual se alojaría ahí de por vida. Pero si, a la par que contactas con un texto así, además te lo presentan con un número de factores añadidos que lo convierten en una experiencia inolvidable, entonces no se puede pedir más al teatro en Barcelona.

Uno de los factores es que el proyecto lo lleve a cabo La Perla 29, quien ya tiene veteranía con el dramaturgo por su aclamado trabajo «Incendis», proyecto anterior donde firmaba la dirección el mismo Oriol Broggi que también lo firma en esta ocasión. Un director que muestra gran respeto por el autor, el teatro y el público y por la satisfacción y emoción que le conlleva presentar una historia así.

Otro factor es el espacio donde Boscos se entrega al espectador: la Biblioteca de Catalunya. Un lugar con historia, en un entorno destacado de Barcelona como es el barrio del Raval, ocupando parte de un edificio del siglo XV. Las paredes y techos de piedra, el suelo sin asfaltar, de tierra, no hacen más que añadirle extraordinaria belleza al conjunto.

Finalmente, el elenco. Es evidente que este texto, en sí mismo, ya tiene una tremenda fuerza de atracción. Pero una elección acertada en el reparto, con actores que se entreguen sin reservas y que conecten con sus personajes hasta el punto de convertirse en ellos mismos, como lo hacen los actores de Boscos, es imprescindible para que el espectador quede completamente hipnotizado.

Siendo esta una historia de 7 generaciones de mujeres de la misma familia, es normal que destaquemos en especial los roles femeninos de esta obra. Cristina Genebat, quien también ha hecho la traducción del texto al catalán, se mete en la piel de Odette, Sarah y Aimée. Decía ella que esperaba estar a la altura como agradecimiento al encargo de traducción e interpretación que se le había hecho. Supongo que cualquiera que haya visto la obra, estará de acuerdo en que sí ha estado a la altura. Sin duda alguna. Pasar de la felicidad, del estado de buena esperanza, a la más oscura tristeza y la peor de las amarguras, y hacerlo en todo momento con la intensidad que los papeles se merecen y con la entrega con que ella lo hace, le proporcionan a Genebat un excelente alto. Una experiencia enriquecedora, no solo para ella como actriz, sino para los que la hemos disfrutado como observadores.

Y junto a ella, una joven Clara de Ramón en el papel de Loup, una adolescente que huye para no encontrarse a sí misma y que, progresivamente, se acaba enfrentando a sus peores enemigos: su dolor, su tristeza, su rabia interior y junto a eso, en un viaje retrospectivo para conocer su árbol genealógico, el por qué de todas esas emociones juntas. Las palabras que le dedica el paleontólogo Dupontel, quien se convierte en su compañero de viaje en esta dolorosa e introspectiva aventura, se convierten en su punto de inflexión, cuando ella le dice que vive sin pena: «Entonces, ¿por qué lloras? ¿Por qué te vistes de negro? ¿Por qué tiemblas? ¿Por qué la adolescente que eres ahoga de esta manera la niña que fuiste?» Ese proceso, el camino que recorre Loup de la aparente indiferencia y el odio al conocimiento a la lucha por establecer firmemente las propias raíces, parece una metamorfosis escrita especialmente para Clara de Ramón.

Y junto a ellas dos, una grandísima Màrcia Cisteró, una experimentada Marissa Josa y una talentosa Carol Rovira completan el reparto femenino dándole aún más fuerza, si cabe, a esta historia de mujeres luchadoras a pesar de las lacerantes y desgarradoras circunstancias que les han tocado vivir a lo largo de los más de 125 años en el que transcurren sus vidas.

En la parte masculina, Edmond El Girafa, un personaje carismático, misterioso, en cierta manera salvaje, pero no sólo instintivo sino con grandes emociones en su interior es representado a la perfección por Xavier Ripoll, quien nos dirige elegantemente por los caminos de la tortura emocional que su personaje padece, así como el amor interior que despliega y al que queremos felicitar por ello.

Marc Rius y Sergi Torrecilla son otros dos imprescindibles en sus impecables trabajos, a pesar de su juventud, especialmente en sus interpretaciones de Albert y Edgar y más específicamente en la parte del mutuo enfrentamiento de ambos. La tensión, el dolor y el desastre interior que cada uno de ellos demuestra llega hasta las almas del último presente.

Pero, para ser justos con la verdad, todo el elenco están de la misma manera a la altura, por lo que todos los restantes merecen una mención: Xavi Ricart como Baptiste y Alexandre, Xavi Ruano como Achille y Ramón Vila como el paleontólogo Dupontel son, junto al resto, un perfecto conjunto del que estoy segura Mouawad se sentiría orgulloso.

Boscos es un montaje complicado, en el que existen grandes saltos en el tiempo, sin orden ni concierto aparente y en donde épocas diferentes conviven en escena durante varias ocasiones. Broggi ha conseguido que todo eso quede extraordinariamente encajado y que además, sea de una exquisita belleza visual. A su tremenda dirección, se le unen los audiovisuales, las hojas del suelo del bosque, la nieve y la lluvia, el sonido de Damien Bazin (quien es un experto en crear soberbios espacios sonoros que transportan al interior de cada obra que ha tocado), las luces de Pep Barcons y el vestuario de Annita Ribera, ponen la guinda de este extraordinario pastel de 4 horas que en ningún momento empacha (no es precisamente dulce) sino que, todo lo contrario, te deja con ganas de seguir engullendo el resto de la tetralogía de Mouawad.

Dije al principio que esta era mi primera vez con Mouawad. Y es cierto. Triste, pero cierto. Pero eso pienso solucionarlo en julio, que iré a Madrid a ver Incendios y quitarme la gran espina que llevo clavada de no haberla visto en Barcelona cuando tocó.

Crítica realizada por Diana Limones

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