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11.05.2016 Críticas  
I’ve seen it all

La coreógrafa valenciana Marina Mascarell ha presentado en el Mercat de les Flors un espectáculo en el que, a través del movimiento de los bailarines, nos enfrentamos a la paradoja connatural al ser humano de la identidad, y a las discrepancias que se establecen entre la autodeterminación personal y el sentimiento de pertenencia al colectivo social.

A partir de la novela de Aksel Sandemose “Un refugiado en sus límites”, que el danés escribió en 1933, la GÖTEBORGSOPERANS DANSKOMPANI, interpreta la Ley de Jante, que apareció por primera vez en la obra referida. Esta especie de manifiesto social se compone de once normas que, bajo una aparente defensa de la igualdad y la justicia, acaban adoctrinando, homogeneizando y manipulando a través del uso de términos como “consenso”. La propuesta de Mascarell confronta la idealización que solemos tener del modelo de funcionamiento uniforme de la sociedad escandinava a través de una experimento colectivo, del que a partir de la interacción de las distintas disciplinas artísticas que intervienen emerge su éxito.

MONGREL supone una experiencia estética importante, tanto visual como auditivamente. Aunque es cierto que el desconocimiento previo del material de partida puede desconcertar un poco al espectador, el breve texto de Jérôme Delbey, Roby Kassel y la propia Mascarell (que se intercala con la coreografía) recoge la esencia y las connotaciones políticas del original, así como el debate entre la aceptación y la condena a las nuevas ideas que cuestionan el orden establecido del funcionamiento social.

Aunque el armazón temático es profundo e intenso, en ningún momento asistimos a un panfleto aleccionador. Si bien la carga política es potente, no lo es menos la poética ni el intimismo, preponderantes en el desarrollo de la pieza. Gracias a la escenografía y diseño de vestuario de Kristin Torp el esqueleto vacío y oscuro del escenario cobra vida a través del uso de diferentes cuerpos de pasta de cartón, cilíndricos y de distintos tamaños (todos de color ocre excepto uno negro), desplegables a modo de acordeón. Estos elementos no sólo delimitarán el espacio, sino que se transformarán ante nuestros ojos, y gracias a la manipulación de los intérpretes, en muros y peldaños, en paredes movibles y en expansión de la expresividad de los movimientos corpóreos de la compañía. La significación artística del decorado, así como el matiz sutil y volátil del vestuario, entre lo impalpable y lo irreal, pero a la vez sencillo y puro, nos traslada al terreno de los ideales que cuestiona la propuesta. Excelente trabajo, compenetrado generosamente con el diseño de iluminación de Loes Schakenbos.

El significado de MONGREL vendría a ser algo así como “perro sin raza”. La dirección y, especialmente, la coreografía de Mascarell dan mucha importancia a la corporeización de este animal a través de los movimientos de los bailarines. También en la sonorización de la onomatopeya del ladrido. Este recurso es el puntal básico a partir del cual se desarrolla el discurso narrativo a través de la danza. Si cuando hablamos de un can, destacar su raza es sintomático de orgullo, ¿por qué no cuando nos referimos a las personas? Si defendemos la libertad y la igualdad, así como la multiculturalidad, ¿porque nos negamos a incluir cualquier factor diferencial que cuestione y engrandezca nuestra experiencia con el mundo que nos rodea? Persiguiéndose o quizá escapándose los unos de los otros los intérpretes ejecutan la coreografía con una naturalidad pasmosa, creando la ilusión del work-in-progress o de la improvisación absoluta en algunos momentos.

Nada más lejos de la realidad de los miembros una compañía que destacan en los momentos en los que actúan como un único cuerpo, resbalando y apoyándose entre ellos y unificando el movimiento de todos. La ilusión visual de lo que sucede en escena es verdaderamente hipnótica. Su predisposición y naturalidad para afrontar el texto, así como la disciplina y aparente docilidad para modificar sus movimientos, adaptándolos en todo momento al planteamiento del espectáculo, merece la más sincera ovación. La juventud interracial de sus integrantes evidencia el matiz pedagógico de la danza, muy presente en el trabajo de Mascarell.

La dramaturgia de Bodil Persson nos reserva una última sorpresa y esta es la omnipresencia del espacio sonoro, así como su ejecución en directo. El diseño de sonido y la interpretación musical (tanto en la voz como en la música electrónica) de Yamila Ríos transforma lo tangible en ensoñación. Su composición, también la de Chris Lancaster (chelo) y Maths Tärneberg (percusionista sobre un bloque de hielo), demuestra un talento que, lejos de desconectarnos del material de partida, propulsa su significación y se convierte de alguna manera en testigo del estilo de Sandemose, desarrollando el matiz psicológico de las palabras y los movimientos, sin olvidar el simbolismo prácticamente mitológico de sus premisas. El texto, en cambio, se centra algo más en la sátira y ligeros apuntes policíacos, también presentes en la obra del autor.

Finalmente, y además de por todo lo descrito en este texto, MONGREL es un espectáculo que merece ser visto por el desarrollo y experimentación de la danza como un lenguaje potentísimo a la hora de dar cuerpo a las ideas, algo que habitualmente se reserva al texto escrito. Creación e investigación de nuevos dialectos del movimiento corporal en un vigoroso espectáculo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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